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Los premios Oscar entre divergencias y similitudes en el frágil universo de la pos-verdad

PRESENTACIÓN, ADVERTENCIA Y DISCULPA

En esta nota abarcaremos sucintamente un aspecto poco observado en los procesos de premiaciones tan afines al mundo audiovisual.

Antes que nada, aclaremos que aunque nuestra nota contenga elementos y metodologías de abordaje propios del campo de la investigación académica, buscamos que sea amena, disruptiva y de lectura placentera.

¡Espero que así sea! Así que vamos, síganme con este análisis porque nos vamos a meter de cabeza en la comprensión de las estructuras de poder, íntimamente ligadas a la industria del cine y en especial a Hollywood.

¿QUÉ ES UN PREMIO?

El concepto de premio es sumamente volátil, ambiguo y en algunas ocasiones incluso contradictorio.

Su función no es tanto el otorgamiento de un reconocimiento sino la vindicación de una determinada política de expresión, de valores, formas, temáticas, visiones y paradigmas como parte de un proceso de imbricación cultural.

Por eso a los premios los otorgan determinadas autoridades, organizaciones, clústeres y demás estamentos de jerarquía en un sistema dado.

Porque no hay premio sin el concepto de autoridad. Incluso los Oscar, cuyo sistema es por votación, vienen predeterminados por la pertenencia o no a la Academia. Y para ser miembro hay que haberse ganado ese derecho previamente por alguna forma de mérito existente.

Es de hecho una forma sumamente aristocrática de determinar valores.

Por ello es que el verdadero nombre de este breve ensayo es: Los premios Oscar: divergencias y similitudes en un universo colapsado por los síntomas de eclosión de los sentidos en las topologías frágiles de la era de la pos-verdad.

Una verdadera corte de alrededor de 9000 personas, emite su voto en una forma democrática aunque sesgada por determinados aspecto de la industria como el lobby, la cantidad de dinero de una película para la prensa y demás elementos concomitantes que hacen que cada uno de los premios sea el fruto de una serie de eventos muy específicos, afortunados algunos, desafortunados otros.

De las diversas formas en que lo cultural se ve implicado en la política, en el sentido originario que deviene del nombre de una obra clásica perteneciente al buen Aristóteles y que en griego original era Politika, que significa “asuntos de las ciudades”, es decir: la cosa pública.

¿Y qué más público que el mundo del entretenimiento?

Cada movimiento artístico, cada momento cultural, cada lineamiento estético está vinculado -cuando no guiado- por una mirada política de la realidad. En este sentido se suelen dividir en dos: o van con la corriente social y económica (mainstream) o es contracultural (nihilismo, punk y teorías de conspiración).

Según en que parte de este abanico se encuentra la obra, o sus autores, se revela cuan cerca estará de los estamentos del poder y por ende de su usufructo económico o a la inversa, cuanto más alejado esté, más dificultades tendrá en términos concretos (Van Gogh, los poetas malditos, bandas como Sumo, artistas callejeros, el espíritu de las murgas y todo relato con contenido social y, por lo tanto, antisistema).

Podemos observar que en todos los casos en que la cultura va de la mano del negocio (y por lo tanto del poder político reinante), hay una constatación de tendencia, que implica, de manera más o menos oficial, la aceptación y propagación de un modo, de una forma de ver, hacer y aceptar las cosas y al final implica financiación y muchas veces premiación.

¿Pero, de qué estamos hablando? ¿De productos audiovisuales? ¿De libros y canciones? ¿De ballets, operas o raves electrónicas? De todo, pues da lo mismo el género artístico sino cuan alineado está con el poder dominante y sus naturales estrategias de dominio.

Y para entender la base de este poder tenemos que centrarnos en el aspecto mínimo de un proceso de construcción lingüística y social. Así como para Umberto Eco, la unidad mínima del lenguaje es el signo, para el mundo de la cultura, se puede considerar a la idea como una unidad estructural de valor de la cual se desprenderán subtextos varios -acaso infinitos- que producirán eventualmente una serie de obras de cualquier índole.

Se trata entonces de las Ideas. Ideas que devienen en ideologías. Ideologías que se transforman en mensajes y mensajes que se vuelven normas. Normas que si se incumplen devienen en castigo y castigos que se vuelven ejemplos. Y así se lanza otra vez la rueda que de no ser interrumpida por una revolución cultural, moral, económica y social, vuelve a girar hasta el infinito.

Lo más importante, trascendente y acaso valioso en términos de continuum histórico de la cultura, es el marco conceptual que envuelve el concepto, a veces incluso una frase (que por lo general es el envoltorio de la idea).

Porque lo político no es para el arte (cine incluido) un avistaje lejano y caprichoso, sino la secuencia y consecuencia lógica de una plataforma económica, social, religiosa, de creencias y valores.

En ese sentido el cine de Hollywood ha ido de la mano de las grandes casas de producción y de sus agendas.

Y estas agendas de la mano del inevitable financiamiento privado y público. Al fin de cuentas, es un derivado de las estructuras de poder.

Y aunque nos encante el mega show, las galas, la alfombra roja con sus vestidos y peinados, lo cierto es que todo es parte de un gran negocio cuyo eje es la venta de tickets o recientemente de suscripción a plataformas de streaming.

EL DESMANEJO DE LA RUPTURA

No casualmente ha habido una mención específica y fuerte por parte de su host Jimmy Kimmel acerca de la huelga de 158 días de guionistas y otra de actores que paralizó la industria de forma impactante recortando los ingresos de los estudios y provocando un arreglo de estos con los sindicatos luego de una verdadera batalla.

Esto es porque quienes están en el medio, entre las casas productoras (Warner, SONY, Paramount, etc.) y el público consumidor son los artistas, actrices y actores, guionistas, directores, maquilladores, personal técnico, de FX y todos los rubros (incluido el host de los premios Oscar) que tienen una punta del hilo en las ideas y proyectos y la otra en la eventual ganancia que generan los mismos. Como el jamón de sándwich, han de vivir en ambos mundos. Al fin y al cabo, como los creativos de todas las épocas, con la cabeza en el cielo y los pies en el lodo.

Cabe aclarar que aquí no nos referimos a “buenos y malos”, ni siquiera a “artistas vs comerciantes” ni a “librepensadores vs codiciosos empresarios”.

Créase o no, el tema es aún más complejo.

Porque no se trata solo de ganancias económicas, réditos financieros o de los egos inflados en la hoguera de las vanidades de las estrellas del cine y la televisión, se trata de libertades creativas versus intereses creados. A veces coinciden y otras no.

Se trata del Zeitgeist (término en alemán que se aplica a la idea del “espíritu de los tiempos”) en donde las agendas y por ende su cristalización en productos, servicios y también premiaciones, quedan formateados por esa suerte de constelación de ideas de un momento dado y bajo determinadas circunstancias, marcando que es de interés y que cosa no en el mundo del espectáculo.

Y no es nada abstracto sino al contrario, responde a los lineamientos que se producen en los grandes centros de pensamiento mundial.

Esto deviene en aquellas temáticas que se instalan o se niegan, se imponen o se soslayan.

¿De qué se puede hablar? ¿Qué es lo que queremos transmitir? ¿A quiénes les estamos hablando? ¿Qué idea matriz estamos conversando? ¿Cuáles son las miradas sobre los diversos temas sociales del mundo? ¿Qué pensamos de esta o aquella guerra? ¿Cuáles son las miradas sobre temáticas de género y diversidad?

Y así entonces, por debajo, se drenan las ideas por las alcantarillas del pensamiento colectivo para que emerja luego como sustrato de las ideas que se adoptan en los lugares más remotos del mundo.

¿Qué es lo que verdaderamente está ocurriendo cada vez que se entrega un Oscar?

Pues desentrañar esto conlleva una mirada amplia y desapasionada pero profunda y multidisciplinar. Sin embargo, si se observa con detenimiento se puede leer entrelíneas la plantilla trazada que ataca o refuerza un paradigma determinado.

Y eso cambia con el tiempo. De ahí que el Zeitgeist del 2024 no sea igual al del 2001 o de 1953. Porque una de sus características es la flexibilidad. Una suerte de torsión necesaria que permite mantener el statu quo sin que se quiebre el sistema, aunque en apariencia se haya doblado, alterado o superpuesto.

En esta edición de los Oscar 2024 se ha buscado reestablecer el equilibrio homeostático de poderes. Para ello se realizó una ceremonia digna, elegante, pero sin parecer suntuosa, divertida sin escándalos y sobre todo, basado en ciertas normas de respeto y por último en el concepto de homenaje. Al fin y al cabo, Hollywood se ha homenajeado a sí misma.

Oscar 2024 remite también lógicamente a una lectura horizontal e inclusiva de todos los estamentos, tipologías, minorías y diversidades para una integración al mismo sistema.

¿Es esto un avance profundo en cuanto a respeto e inclusión?

No lo sabemos aún. Por lo pronto en sus formas, la Academia ha salido del closet y compartido su costado vulnerable, integrador y sensible.

Si esto es una transformación de fondo o una estrategia de fidelización a la forma en que lo hacen las grandes marcas (para vender más), no lo sabemos y solo el tiempo lo dirá. Lo cierto es que el mercado real y potencial crece día a día con una oferta para cada tipo de consumidor y en ese sentido, Hollywood no se pierde ningún negocio, más bien al contrario, se suma a todos.

Así que como en la física cuántica se ha determinado que el observador altera la forma en que se percibe (se pueden ver algo como onda o como partícula) de la misma manera, quien se acerca a un tema de estudio, también afecta lo estudiado.

Dicho esto, podemos entender el universo del cine y las series de muchas maneras e incluso permitirnos disentir con nosotros mismos… De esta forma nos acercaremos con este artículo breve a uno de los nodos de implicancias de valor para el abordaje de lo que prometimos en el título, es decir las premiaciones Oscar.

CONCLUSIONES PARCIALES

¿Qué nos muestra la agenda 2024? Pues en parte que responde a una tendencia bastante transparente respecto a que valores se promueven y cuáles son las tendencias en cuanto a temáticas, miradas y fundamentos éticos y estéticos.

Que Oppenheimer haya ganado revela que no todo está perdido desde la mirada pura del arte. Es decir, la obra maestra de Nolan lo merecía, de eso no hay duda.

Pero independientemente de los inmensos valores cinematográficos, narrativos, visuales, actorales y sonoros de esta obra, no deja de haber una lectura altamente politizada sobre fundamentación histórica, centralismo de ideas y reivindicación de una forma de entender y ejercer la violencia. Porque no podemos pretender olvidar que Oppenheimer creó una bomba atómica, destructora masiva y fuente de terror de la actualidad. Y la fabricó para los Estados Unidos. En tiempos de crisis mundial, esto no deja de ser una reivindicación de la guerra y del lugar justiciero que ocupa dicha potencia en el escenario mundial.

¿Y, qué pasa con Barbie? ¿Por qué no le dieron más Oscars?

Seguramente los merecía en más de un rubro.

Pero el sistema actúa como un dosificador de daños colaterales de la industria.

Por ejemplo, la misma presentación a dúo (entre Ryan Gosling y Emily Blunt) fue una revelación de división de territorios. A la mejor manera de la guerra, uno ganó en las premiaciones, y la otra en la taquilla.

Resultado: Un empate.

La repartición de riquezas revela antes que nada un monopolio. Un poder. En ese sentido, los demás eran casi, convidados de piedra, invitados a una fiesta en calidad de relleno.

Acaso Poor Things, ganó merecidamente algunos rubros como para mostrar que la “locura” y el ingenio, lo lúdico y divergente también tiene un lugar. ¿El resto? Previsible y lógico.

Alguna vez alguien dijo que Hollywood propaga un sistema de vida que ni siquiera es Estados Unidos sino directamente California. Y es interesante la idea porque la lógica de interpretación nos compele a validar un sistema de pensamiento, una emocionalidad tácita y hasta un molde postural para el cuerpo. Una tríada de impacto que no pasa desapercibida en nuestras vidas.

Este planteo desagrega esta idea tan instalada de que Estados Unidos (y su cine) es uno solo. Nada más lejano de la realidad. Hay tantos como poderes, empresas, políticas, lugares y personas. Nada tienen en común un habitante de Ohio y uno de San José, California o Miami. Por ello, la declaración política de un lugar es parte de la topología de la inteligencia de ese espacio como fragmento de una totalidad no homogénea sino esencialmente heterogénea, dividida y hasta encontrada.

En definitiva, podemos inferir sin riesgo de equivocarnos demasiado, que el 2024 ha sido el año en que la industria se ha reinsertado dentro de sí misma, es decir, ha nivelado y recobrado su equilibrio, sino del todo, al menos en términos generales.

Sabemos por la ley de entropía que la energía va de concentrada a dispersa, o dicho de una manera más cercana al mundo del espectáculo, que corre de potencial a manifiesto y por lo tanto toda idea se vuelca en un espacio y tiempo que luego se convierte en película y, por último -si todo sale bien- en éxito de taquilla, criticas positivas, aplausos, nominaciones y premios.

En ese punto del proceso ya no hay nada que se pueda hacer: lo hecho, hecho está, y la flecha del tiempo ha partido dejando el pasado y volando hacia un futuro desconocido. En medio de esto, la energía inicial ha perdido su impulso y se disgrega en millones de partículas que se integran a la cultura o bien desaparecen. Coincidentemente con esto, la temporada de premios marca una inyección final para la gloria o el ocaso de las películas.

Y Oppenheimer ha explotado, al igual que su famosa bomba.

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