undefined_peliplat

Háblame de mí mismo: el poder reflexivo del terror

Según Freud, lo siniestro pareciera ser una vivencia

contradictoria donde lo extraño se nos presenta

como conocido y lo conocido se torna extraño.

En muchos rankins sobre películas de terror del año 2023, además de otras coincidencias, existen dos puntos en común sobre los que quiero hacer mención. El primero es que entre las primeras cinco, como representante de ese irracional orgullo nacional, suele estar la película argentina del director Damián Rugna Cuando la maldad acecha”. Y el segundo punto aún más rotundo y unánime en aquellos rankings, es la mención de una película australiana.

Mia, la protagonista, participando del juego.

Los fotogramas que circulan, el hecho de tener a A24 como distribuidora (ha estado detrás de las últimas joyas del género terror), de la circulación de un trailer tan potente como escalofriante. Para quienes estamos atentos a las novedades del género, los motivos para verla son suficientes. Sin embargo, debo admitir que personalmente no encontraba el espacio, el momento, ni la fortaleza para hacerlo. Me apasiona el género de terror como fenómeno, y uno de los motivos es que genera una emoción indefinida entre el goce y el sufrimiento. Aunque lea al respecto teorías, libros, o hable sobre el tema con otras personas, siempre me pregunto lo mismo. ¿Qué es lo que lo vuelve atractivo? ¿Será aquello mismo por lo cual cuestionamos a los personajes que, pese a que todo indique que deberían salir corriendo, se terminan adentrando en el más oscuro de los rincones? ¿Cómo es que elijo ver algo para lo cuál deba armarme de valor? Decido verla de tarde, con la luz del sol como protectora. Abro Amazon Prime. Comienzo Talk to me.

El relato

Una fiesta adolescente y un terrible suicidio aparentemente aislado, son los únicos antecedentes de los que seremos testigos antes de conocer a Mia y su grupo de amigos. La joven aún duela la muerte de su madre luego de dos años, aunque en presente las cosas andan bien. Ella, su mejor amiga Jade y el hermano menor Riley, forman una bella y amistosa suerte de familia adoptiva. Se cuidan, se quieren, se conocen desde la infancia. Una tarde Mía la convence a Jade de ir a una reunión secreta entre algunos de los jóvenes del colegio en la que sucede algo tan extraño como inexplicable. Van esa misma noche. Un grupo se junta en una casa, pone sobre la mesa una mano de madera, y dejan entrar espíritus a sus cuerpos a través del poder de esa mano. La única regla es que el intercambio no puede durar más de 90 segundos porque si no el espíritu se quedará dentro del cuerpo para siempre. Los encuentros se sucederán uno tras otro. El grupo de jóvenes disfruta la adrenalina y la sensación de exponerse a la posesión como si fuera una droga inevitable. Todo será risas y éxtasis, hasta que no podrán sacar a tiempo el alma de uno de los participantes.

El momento previo a decir la palabra mágica que dará comienzo al ritual: “Háblame”

La experiencia

Existen tantas maneras de escribir una nota sobre películas como personas que escriban. Desde las palabras elegidas, a la musicalidad de los textos, al estilo. E intuyo que en especial lo que cambia es esa huella que deja la obra sobre quien escribe. Si bien depende el sello esencialmente de la obra, nunca será igual el impacto sobre sus espectadores. Por gustos, disgustos, tolerancia, historia de vida, sensibilidad, compañía, contexto. Son tantos los factores que sería aburrido enumerarlos y analizarlos a todos. Pero sí quiero hacer foco sobre aquel que constituye al tiempo presente de la experiencia. Aquello que está en el individuo al estar frente a la obra pero lo excede. Todo aquello que vuelve específico a ese instante en particular. Vamos a titularlo “el momento”.

El momento en que sucede la experiencia es un rincón que ubica al espectador en un rincón preciso del espacio-tiempo, y define por completo que espectador va a ser. Como si lo pensáramos en una extensa variedad posible de realidades alternativas propias de ese espectador, la experiencia artística llegará en un momento concreto, y el vínculo entre el espectador y la obra terminará por seleccionar una sola de todas las realidades posibles de dicho espectador. Es un pliegue preciso sobre el presente del individuo, y no hubiera sido igual la experiencia un minuto después, o cinco horas antes. No es lo mismo ver una película a los 15, a los 30, a los 50, antes de pasar un gran día o luego de pasar una jornada insoportable. No es lo mismo si hubiera escrito esta nota hace un año, como estoy seguro que no hubiera sido lo mismo haberla escrito hace una semana. Ese espacio de subjetividad reserva la mayor honestidad posible, y deseo hacerme cargo de ese punto de partida para hablar de la película.

Como aquello que los personajes de la película buscan repetir una y otra vez a través del juego, lo que vuelve único a un momento es la sensación de estar lo más presentes posibles. El terror es un género que te obliga a mirar, te fuerza a querer ver lo que está por pasar aunque sientas agonía y quieras apagar la pantalla. Nos tapamos los ojos pero vemos entre los dedos de la mano partes de la imagen, nos tapamos los oídos pero preguntaremos a quién nos acompaña qué fue lo que pasó porque queremos seguir siendo testigos. Y aunque sufrimos más culturalmente la oscuridad de la noche, nos juntamos a ver películas de horror al final del día y con la luz apagada. Al igual que tantísimas otras formas de hacer las cosas, éstos son algunos aspectos posibles para sentirse uno más vivo sin correr peligro. Y esa delgada línea fronteriza con lo peligroso, ese asomo hacia el abismo que es tan fatal como vital y movilizante, es el motor de acción de los personajes en los relatos del género de terror. Si no, ¿por qué este grupo de jóvenes se junta hacer lo que hace sabiendo que si se pasan un segundo todo puede salir realmente mal? Y cómo uno como espectador sigue siendo apenas un testigo por más embebido que esté en el relato, cuándo ya es tarde para los personajes y no hay vuelta atrás, se termina preguntando ¿y qué estaban esperando que pase, idiotas?

Uno de los personajes colectivos más funcionales al género de terror: los adolescentes.

El mayor acierto de la película está en la elección, la construcción, y la formación de sus personajes y el grupo protagónico. Como en tantos relatos de terror, nada es más verosímil que un grupo de adolescentes para experimentar aquello que uno de adulto juzgaría enseguida. Si bien el dúo de personajes dueño de la mano es más bidimensional (su función es explicar las reglas del juego) y se comprende rápidamente por pertenecer a cierto estereotipo de adolescente, la inteligencia de los realizadores y guionistas está en la justa distribución de información sobre el grupo protagónico. La elección de los conflictos entre ellos, del vínculo que tienen entre sí, y de la psicología más específica de cada uno. La protagonista Mía tiene el claro conflicto de que nunca supo del todo como murió su madre, y sucede que desde entonces está rota. Hace un esfuerzo enorme por estar bien, pero nos enteramos que sufrió depresión y el consumo excesivo de algunas drogas. Que se habla poco y nada con su padre, y que su refugio es la familia de su mejor amiga. Todo eso la vuelve a ella ideal para transitar el trágico camino del relato. Me encantaría mencionar varios instantes a lo largo de la película donde ella toma decisiones o se deja llevar por impulsos solo lógicos para alguien como ella, pero no quiero spoilear. Me recuerda al personaje principal de una genialidad del cine de terror como “Midsommar”, en la que también se siente que pese a lo irracional de las decisiones de la protagonista, no hay nadie más que pudiera hacer lo que hace para que el relato avance hasta donde avanza. Si bien la protección de los eslabones del propio verosímil es la esencia de cualquier relato (audiovisual, escrito u oral), el género del terror además debe dar cuentas de por qué alguien es capaz de hacer lo que hace. De justificarnos por que alguien abre la puerta que todos sabíamos que no debía, o incluso por que mata cuando nunca antes lo había hecho.

Recuerdo una definición acerca de “lo siniestro” alterada por mi falta de memoria, por haber hablado de esto tantas veces con demasiadas personas y por el paso del tiempo. Hasta podría decir que la primera vez que escuché esta definición fue en boca de una profesora que citaba a su manera a Freud. Palabras más, palabras menos, y mucho más argenta la interpretación que la de Sigmund, lo siniestro aquello familiar cuándo deja de serlo. Pienso siempre en esos sueños que se vuelven pesadillas cuando uno está en un cuarto lleno de gente y al darse vuelta de golpe está solo. O cuando un familiar en un sueño pasa de tener rostro a no tenerlo. Lo siniestro es no solo la sustancia del género, sino que es también junto a la salud mental un poco algo acerca de lo que reflexiona indirectamente Talk to me. ¿En qué situación alguien que amás y en el que confiás puede volverse tu mayor peligro? ¿Qué define la locura o la cordura? ¿Hasta dónde puede sanarse una persona?

Mi propia experiencia: más subjetiva, imposible

Volviendo a la mención de la experiencia como espectador, al momento en que ve algo, si bien reconozco la precisa calidad de la película, el acierto del tono del terror sin caer en previsibles y repetidos lugares comunes o fórmulas, si bien no tengo nada que criticar sobre las interpretaciones que vuelven posible y creíble la emoción fundante del horror, por momentos me costó avanzar hasta el final. Creo haber envejecido, y quizás esto solo haga mella en algún lector que ande rondando los 30 o 40 años. La adolescencia en su plenitud con todos sus rasgos, me aleja. Me resultan insoportables e incomprensible los adolescentes que avanzan sobre terrenos peligrosos solo por querer pertenecer a un círculo social, o porque están muy dolidos con el mundo. Me dan ganas de gritarles que se jodan y que vayan a terapia. Que si por su culpa se lastimó alguien, que aprendan. Que si son 10 de 300 en un colegio los que juegan con la muerte, el problema es de ellos. A la protagonista me dan ganas de gritarle que su afección por más terrible que sea no puede justificar cualquier cosa. Que no se sorprenda si le dan la espalda. Le hubiera gritado que vaya a terapia y no lastime más a los demás. Que no me apena su tragedia.

Quizás por todo eso que mencioné, además de comprender que me puesto agrio con los años, entiendo que la película verdaderamente triunfó. En épocas donde las redes han retado a niños y adolescentes a juegos más terribles y reales que los de esta película, a una semana de la publicación de una nota acerca de la desaparición de más de 10 niños por un reto en Tik Tok, a años del suceso traducido como “Momo” donde una figura terrorífica incitaba a niños a lastimarse o suicidarse, llega Talk to me para espejar la ausencia de límites del insoportable patetismo humano.

Más recientes
Más populares

No hay comentarios,

¡sé la primera persona en comentar!

2
0
0