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Oppenheimer: una fórmula con mucho polvo

Spoilers

Y, en lugar de hacer una película de 200 millones, ¡intenten hacer veinte de diez millones!

Cord Jefferson, autor y director de “American Fiction”

Comencé a escribir esta nota el mismo día de la entrega de los premios Oscar 2024, y desconozco si cambiará su significado ahora que ya recibió el premio a mejor película del año. Se potencian en mí ahora ambas fuerzas. Mi descontento absoluto y rotundo, y mi deseo de que me guste más de lo que me gustó. Como si fuera el guion de una película, en pleno rumbo de una hipercorrección en los premios de la academia donde sin esfuerzo de ocultarlo (o por ignorancia) decidieron forzosamente amigarse con las mal llamadas minorías, vuelven a sorprender con un giro inesperado: premiar lo tradicional. Cuando todos estábamos esperando que continúen premiando un cine más novedoso y que sigan reconociendo la explosiva popularidad (y calidad) de las otras industrias cinematográficas, le entregan el premio a una película prototípica que vimos millones de veces a lo largo de nuestras vidas. Si bien los Oscars desde ya siempre supieron moverse dentro de las mismas evidentes fronteras y si bien el reconocimiento ha sucedido siempre sobre los mismos parámetros de cine, funcionando casi como una enorme película acerca de otras películas, han sabido en los últimos años sorprender a su espectador. Tan solo hace faltar recordar las últimas premiaciones, o revisar el listado de los últimos cinco ganadores a mejor película: Parasite (2019), Nomadland (2020), CODA (2021), Everything everywhereall at once (2022). Y este 2023, la ganadora a dicho premio (y otros seis) termina siendo aquella película con más nominaciones y la obvia favorita. Entonces, a favor del espectáculo que representan los premios, me pregunto: ¿triunfó este 2023 el gran mago y su truco? ¿Es un éxito que nos haya sorprendido y que nos quedemos refunfuñando por el resultado? ¿Sorprendió el show apostando a la obviedad inesperada? ¿Es merecedora Oppenheimer de alguno de los premios que recibió?

La película

Robert Oppenheimer (interpretado por Cillian Murphy) fue el físico teórico estadounidense que, a través de su específico interés y trabajo en el área de la mecánica cuántica, se volvió el padre de la bomba atómica. Desde la gestión de la teoría hasta la ejecución de la misma en el Proyecto Manhattan. La película es una biopic que abarca desde sus comienzos en el estudio de física hasta el reconocimiento que le hizo el presidente John Kennedy nueve años después del conflicto central de la película: una famosa audiencia en la que le quitaron su influencia política y todas sus credenciales de trabajo.

El relato lleva, de alguna manera, dos líneas temporales, y dos líneas narrativas. Las temporales son, por un lado todo aquello que sucede desde que el físico comienza su carrera hasta la utilización de la bomba atómica en Japón, y por el otro lado una suerte de presente que acontece alrededor de la audiencia. A su vez, está el relato a color y el relato en blanco y negro. El primero es siempre desde el punto de vista de Oppenheimer, y el segundo es un tanto más objetivo y tiene como protagonista a Lewis Strauss (personaje antagónico interpretado por Robert Downey Jr.). A su vez, alrededor de la audiencia, las líneas narrativas se cruzarán y el montaje entrará y saldrá del color al blanco y negro ya que el mismo hecho será tratado desde ambos presuntos puntos de vista.

Oppenheimer dura tres horas. Hasta aproximadamente la hora y media de película, el montaje está al servicio de resumir toda la información que necesitamos. Es decir, el relato se sirvió de la duración de una película promedio para resumir con suma frialdad, como si fuera un video clip, algunos años de la vida de Oppenheimer. Entre escenas que solo existen para bajar datos, y excesivas y redundantes manifestaciones del interior de la cabeza del gran genio, sucede prácticamente la mitad de la película.

Christopher Nolan, su director, suele destinar un momento de sus películas para compartir una especie de guía de funcionamiento del resto del relato. Existe siempre un núcleo con información clave para poder comprender y disfrutar sus complejas aventuras. Aclaro lo siguiente para aliviar mi nota de una subjetividad derrotista. Aunque en "Tenet" creo que abusó de ese recurso y el relato sucede entre lo incomprensible y lo vacío, disfruto muchísimo sus películas. Veo a Nolan con la mayor buena predisposición posible y con un enorme deseo de gozar el viaje. Pero en relación a la función explicativa, en Oppenheimer no había nada que fuera difícil de comprender ni demandara una hora y media de explicación. Además de que ese tiempo lleva a cuestas el peso tantas horas de innumerables biopics idénticas que probablemente habremos vistos como espectadores. Todas las escenas llevan música épico dramática, independientemente de qué cumplan funciones evitables y de transición. Absolutamente todas las escenas. Y cuando los minutos caen en la reiteración, la magia comienza a difuminarse, y se evidencian todos los artilugios. Uno siente que puede ver el maquillaje, la tintura del pelo y sus errores de continuidad, las pelucas,pareciera poder oirse el “¡acción!”, el “¡corte!”, y hasta ver el mapa de las coreografías escénicas que ni siquiera los más talentosos actores y actrices pudieron tapar. ¿Qué tipo de profundidad puede darle un intérprete a una inútil escena de 1 minutos con líneas de diálogo que solo dan información y en las que no se ve siquiera la personalidad de los personajes? ¿Qué puede hacer Cillian Murphy para trabajar sobre las inseguridades de un guionista más que componer con manotazos de ahogado y forzar la composición de Oppenheimer como puede? Voy a citar una escena en concreto para ejemplificar uno de los tantos momentos donde la primer mitad de la película se vuelve un telefilm vacío y reiterativo. En la línea del “presente”, en la audición, le preguntan a Lewis Strauss acerca de los pensamientos de izquierda de Oppenheimer (la acusación central sobre la que basaron dichas ausencias contra el físico). La película hace un corte inmediato al pasado. Oppenheimer está en su aula. Ingresa el personaje que interpreta Josh Hartnett, le dice enervado que tiene que tener cuidado con sus pensamientos comunistas porque pueden hacer peligrar al proyecto, y Oppenheimer a duras penas se defiende. No hay nada más que eso en la escena. Textos literales sobre una escena anterior que ya había dejado bien claro lo mismo que vemos en esa escena, y personajes que abordan dichos textos con la emoción literal, lógica y correspondiente para que cualquier espectador que vea esta película mientras cocina en su casa pueda comprenderla con tan solo escuchar una palabra. La primer hora y media de la película se encarga de explicarle todo al espectador desatento, y se olvida que es más importante captarlo que tratarlo como un necio.

Un relato obvio que solo puede funcionar en los Estados Unidos de América.

Al intentar abarcarlo todo, volverse enciclopédica, respetuosa con los datos y con la reflexión final, las escenas se suceden una tras otras y al intercalarse entre las distintas líneas temporales y los distintos puntos de vista (color y blanco y negro), el verosímil de la construcción del personaje se destroza. Murphy le otorga trabajo y detalle a lo que le permite cada escena, pero pareciera que estamos viendo a distintos personajes. La composición se vuelve aisladamente interesante, pero en su conjunto errada. Es comprensible que si se abarcan tantos años claves en la vida de un personaje que pasó de ser un estudiante anónimo a tapa de la revista “Times” como el hombre del año, habrá una evolución en él. Irá madurando, tendrá mayor seguridad, pasará luego a cargar con el peso de la culpa. De la construcción de ese arco, es principalmente responsable el actor y su director. La existencia de esa transformación, se agradece. Lejos estoy de centrar mi crítica acerca de la película en fallas interpretativas. Menos que menos me atrevería a hacer eso sobre el señor Cillian Murphy. Pero sí creo que por las razones antes compartidas acerca de la falta de valor de muchas escenas de la película, el actor no tiene sustancia de la cual aferrarse y tiene que componer como puede. En ese arrebato de supervivencia del actor más que digno, sucede que conviven versiones más toscas de un Robert Oppenheimer, con versiones de un decir y un andar más común, con otra que lleva inclusive otro timbre de voz, con otra versión demasiado similar al popular "Thomas Shelby" que el mismo intérprete consagró en la serie “Peaky Blinders”. Hay momentos donde Oppenheimer tiene un andar tan seguro y una mirada tan fría, en un momento donde encima casualmente fuma cigarrillo y lleva un vestuario similar al de Shelby, y se vuelve inevitable la comparación. Tampoco estaría mal que se parezcan los personajes, si al fin y al cabo es el mismo cuerpo y aquel personaje memorable es gracias al actor. Pero por como es narrada la película, entre tantas caracterizaciones diferentes, no pareciera creíble que Robert Oppenheimer pudiera volverse así en algún momento de la vida. Resulta inverosímil y deja aislado al intento del intérprete que, o bien diseñó el recorrido para escenas que terminaron recortadas o eliminadas, o simplemente tomó esa decisión haciendo lo que podía. Incluso pareciera que, entre la plenitud de su poder y reconocimiento, y su conclusión cuando ya envejecido está siendo juzgado, el personaje tuvo un accidente cerebro vascular. Pareciera tener un ojo infartado, o la cara casi paralizada. Si ésto efectivamente sucedió en su historia, yo espectador no lo vi. Y si fue una propuesta de la realización o su actor, ¿qué sentido tiene más que de atentar con la sensación de unidad en el relato y de sacudir las bases de lo verosímil? Ésto es síntoma de la estructura del guion y del trabajo posterior en la isla de edición, que terminó entre paréntesis de crear este pastiche innecesario entre líneas temporales y tratamientos del color, para apoyar un relato baboso y aburrido sobre un ritmo y una duración que no le corresponde.

Pese a errores estructurales, Murphy es dueño de escenas que valen la pena ver.

Entre diálogos formales, personajes que dicen sin conflicto todo lo que piensan y una presencia berreta constante de música épica que no condice con las escenas, llegamos a la hora y media del relato y al momento donde Robert Oppenheimer arma el grupo de científicos en Los Álamos y se dispone a armar la bomba. Pareciera entonces que, si no abandonaste la película antes, podrás por fin disfrutar de una nueva musicalidad narrativa. De escenas largas, de tiempos que se detienen para que puedas conocer a algunos de los personajes que acompañaste durante tantos minutos, de silencios musicales. Los personajes comienzan a ocultar sus verdades, y las escenas corren riesgos. Existe un tratamiento del conflicto de dichas escena con menor obviedad, con una manifestación más rica de las distintas voluntades de los personajes y sus respectivos puntos de vista en torno a un problema que despertaba en ese momento de la historia, en Estados Unidos y fuera de Estados Unidos, un enorme revuelo filosófico moral y político. Por fin comprendo cuál era la intención de la película. A las aproximadas dos horas, aparece el alma del relato. Christopher Nolan llegó al set luego de dormirse una siesta de días de grabación.

La bomba funciona, los científicos festejan, el ejército se apodera de la bomba, Oppenheimer comienza a sentir las contradicciones morales de lo que está a punto de suceder, la bomba cae en Hiroshima y Nagasaki, los científicos no saben si festejar o llorar. El pueblo agitando las banderas de los Estados Unidos, emocionado y feliz porque sus militares ganaron la guerra, aplauden y vitorean a un Oppenheimer que contrariado se sube al estrado a dar un discurso. Lucha con su imaginario, intenta fingir su felicidad. Sí hay que rescatar el tratamiento audiovisual de esta escena y la interpretación de Cillian Murphy para acompañarla. Un acceso a cierta poesía cinematográfica al meterse de verdad a narrar lo que sucede en la cabeza de Oppenheimer. No a través de 120 minutos de imaginar átomos que vuelan una y mil veces sin creatividad alguna. Por fin la película corre un riesgo y eso se siente. El físico confunde en su cabeza el vitoreo con los gritos de dolor, gente que festeja y que por momentos llora desconsolada, gente a la que pareciera que se le desprende la piel como si hubieran estado cerca de la explosión, todo sostenido por un diseño sonoro perturbador.

Una de las dos mejores escenas (y únicas valiosas) de la película.

El relato entonces aterriza en su nudo. El leitmotiv, la razón de ser de la película y la manifestación del mayor conflicto del personaje, finalmente se manifiesta. ¿Y? ¿Para ésto tuve que ver dos horas de película? ¿Qué otro tipo de información más allá de una obvia contradicción en relación a la creación de la bomba atómica me podría haber dado esta película? Además de que por como fue relatado todo como un eterno videoclip, no hemos llegado nunca a conocer o querer demasiado a su personaje como para entender o sentir su contradicción. Podremos entenderlo desde el lado lógico y moral, claro. ¿Pero sentir junto a él la emoción de tan terrible descubrimiento ético? Quizás sea una película para norteamericanos. Para una población de menor autocrítica que nunca pudo o supo preguntarse esas paradojas morales que marcaron su historia. Que todavía necesitan películas que les expongan sobre la cara las miserias de cualquier episodio bélico y repitan el mismo mensaje una y dos mil veces. Ahora, para quienes no seguimos embebidos cultural, social y políticamente en una historia de guerras sistemáticas y colonialismo moderno, no existe novedad alguna en ver una película en el 2024 que ponga en evidencia el excesivo nacionalismo vacío de los Estados Unidos. Claro que es importante para espejar cualquier aspecto nacionalista inexpugnable en todos los territorios del planeta. Sí, podremos reflexionar si quisiéramos. ¿Pero era necesario robarnos 180 minutos de nuestras vidas y gastar tantos millones de dólares? ¿No alcanzaba con un ensayo de una hoja publicado en la portada de un diario?

El momento donde la productora agradece por el Oscar a Mejor Película.

Su reconocimiento

Es verdaderamente increíble por fuera de esta película en particular, lo que sucede cuando una película no conecta con uno o uno no conecta con una película. Se puede ver absolutamente todo. Las manos, los hilos, las maquetas, las intenciones. Se termina la magia de la contemplación. Y si no vemos los elementos porque no tenemos por qué tener esa inquietud técnica, si no conectamos vamos a sentir que algo resulta molesto sin saber bien por qué. Pero sin dudas, el niño no aplaudirá el truco de magia.

Mientras iba viendo la película, cuando iban treinta minutos, solo podía pensar y presagiar que sólo podía empeorar. Y no quería vivir eso. Yo quería enamorarme. Pero, me pregunto, ¿es el relato el que empeora, o a medida que avanza la película nos vamos poniendo menos pacientes?

Al tener tantas otras candidatas que hubieran a mi criterio merecido el premio a mejor película ("Anatomy of a Fall", “Poor things”, y hasta “American Fiction” o la aburrida “Killers of the Flower Moon”), al sospechar por lo que dicen los rumores que quizás aún no he visto la mejor de todas ("Zone of Interest"), pregunto ¿por qué Oppenheimer? Entiendo que debo ser yo quien comete un error. O bien al no saber apreciar a la ganadora, o bien porque todavía romantizo la entrega de los Oscars. Además sus actores principales, su director ganan premios. Profesionales que merecerían haber recibido ese reconocimiento por otros trabajos previos, quizás reciben su justo merecido por esta soporífera película. La mayoría de la Academia vuelve a reconocer las supuestas maravillas técnicas llevadas a cabo con toneles industriales de dinero y las presuntas conmovedoras historias que manifiestan una y otra vez las miserias de los Estados Unidos. Premia el buen funcionamiento de la maquinaria industrial y el músculo de sus obreros.

En la entrega de los premios del domingo pasado, Cord Jefferson, autor y director de “American Fiction”, recibió el premio a “Mejor guión adaptado”. En el estrado, dijo: “Y entiendo que esta es una industria con aversión a los riesgos, lo comprendo, pero las películas de 200 millones de dólares también son un riesgo, ¿saben? Y no siempre funcionan, pero tienes que arriesgarte igualmente. Y, en lugar de hacer una película de 200 millones, ¡intenten hacer veinte de diez millones! ¡O cincuenta de cuatro millones! Hay tanta gente…"

Debe ser mi responsabilidad. ¿Qué estaba esperando de los premios de la gran industria si al fin y al cabo están hechos para ser parte de un espectáculo? Si muchos estábamos esperando que se sigan reconociendo como en años anterior las películas pequeñas, las extranjeras, o aquellas con un mayor grado de autoría ¿Qué mejor punto de giro en este enorme guion que sostiene dicho show y por ende qué mayor triunfo de la ceremonia puede haber, que como en toda inolvidable película sorprender a su espectador? Además, me pregunto ¿qué tan corroído tiene que estar el punto de vista como para creer que el verdadero triunfo artístico radica en esa estatuilla? ¿Estábamos (estaba) esperando un reconocimiento al arte esa noche, o estaba consumiendo un show sobre el mismo?

Entonces lo confirmo. Mi duda, mi culpa. Está claro entonces. Oppenheimer es la justa ganadora de los Oscars 2024.

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