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DUNA: LA BELLEZA DEL HORROR (PARTE II)

LAS SEGUNDAS PARTES PUEDEN SER LAS MEJORES

Vamos a empezar diciendo que este cronista tiene la suficiente edad como para haber visto la primera versión de Duna en el cine.

Pero ¿hubo algo antes de esta saga? Claro que sí. Fue en el año 1984 y la dirigió nada menos que David Lynch.

Y ¿saben quién interpretaba al terrible Feyd-Rautha? Sting. Sí, el músico creador de The Police y solista extraordinario.

De paso vale la pena mencionar que es el autor del tema What could have been de la serie animada Arcane.

Al final de la nota va el video.

Pero volviendo a esta obra cinematográfica, deberíamos empezar por decir que en términos conceptuales se trata de una gran falacia estética y moral.

¿Qué significa esto? Que nos han hermoseado el horror. Todo es una maldita guerra. Tragedia con ingredientes clásicos.

Un poco de relatos homéricos y narraciones mitológicas, otra tanto de Shakespeare, escritos sagrados como la Biblia y por supuesto, la ciencia ficción de Asimov, Philip K. Dick y Julio Verne.

Hay que aclarar que no es una historia nueva, el texto original de Frank Herbert es del año 1965, es decir, 12 años antes del lanzamiento de Star Wars. Este dato no es menor puesto que el mundo en el que fue escrito, era tremendamente diferente al actual.

Y así y todo el filme nos revitaliza de una manera exponencial (estos relatos fueron escritos hace 59 años atrás).

Es que Denis Villeneuve se ha tomado muy en serio su rol de revitalizador de productos que parecían pertenecer al pasado. Ya lo demostró con Blade Runner 2049 secuela del filme original de Ridley Scott del año 1982.

Hablar de Duna es sumergirse en las arenas literales y metafóricas de la narrativa y del arte de hacer cine. Todo intento de referirse a esta obra simplemente como un producto del entretenimiento se quedará corto, pues su alcance es universal, abarca el campo social, el filosófico e incluso la mística.

Comprende la literatura, las artes visuales, el universo de la actuación, los reinos del sonido, los espacios de la música (nada menos que Hans Zimmer) y por supuesto el oficio de la cámara y la iluminación pasando por la edición y todos los infinitos matices que los expertos en el cine hacen para que nos quedemos casi hipnotizados con esta puesta cinemática.

La arena infinita, los cielos interminables, las frías estrellas del espacio exterior.

Los ojos brillantes de los Fremen (habitantes del desierto de Arrakis), las soberbias construcciones y naves espaciales de las diversas “casas nobles” que componen la historia. Las costumbres, el legado, las lealtades, la memoria, los espacios sagrados y las nociones de cortesía y protocolo tanto en los palacios de las noblezas como en los refugios de los pueblos en apariencia salvajes.

El viento que arrecia y los gusanos gigantes que parecen nadar en el desierto. Todo un mundo de extrema belleza aunque cargada de la crueldad de las dificultades, del dolor y la falta de agua.

Porque Duna es mucho más que una obra de ficción. Es uno de los primeros y más importantes textos sobre el futuro que hoy vivimos como presente.

Un mundo sin agua que lucha por sus recursos naturales contra las fuerzas codiciosas e impersonales (multinacionales) del mundo civilizado.

Es que aquí nadie del mundo del poder se salva de conspirar, mentir, invadir, comerciar, asesinar y traicionar para obtener ese elemento poderoso que da fuerza y vitalidad, además de dinero a los poderosos: la especia.

Y lamentablemente para los nativos Fremen, en el planeta abunda dicha especia. Y no importa cómo ni quien lo haga, será cosechada y vendida aunque deban destruir a todo el ecosistema que lo contiene. ¿Suena conocido? Pues bien, recuerden, es solo una novela de 1965

El argumento es complejo y tiene muchos personajes, giros inesperados, vueltas de tuerca, sorpresas y decepciones.

Es así como se constituye en una verdadera obra de tragedia clásica. Hay casas reales, un imperio, una hermandad (secta) de brujas de inmenso poder llamadas Las Bene Gesserit, que inciden de manera transversal (a veces de forma directa) en todo lo que ocurre en los mundos que componen este universo. Ellas tejen y arman, inducen y crean, tanto aconsejan como persuaden, y si esto no funciona, amenazan o simplemente conspiran y todo esto en nombre de una fuerza mayor, de visiones de poder y gloria, de equilibrios cósmicos y, en definitiva: de control.

Porque todo en la obra se trata del control. El emperador Shaddam IV Corrino interpretado por un gran Christopher Walken quiere mantener el poder. Un poder que de hecho es un delicado equilibrio entre las casas reales que están distribuidas por el universo.

Ya en la primera entrega de Duna vimos como arranca y se arma el desarrollo de esta historia (cargada de traiciones, mentiras, lealtades cruzadas, cosas no dichas, secretos compartidos, juegos a dos y tres bandos, muertes de amigos, masacres de enemigos y también de amigos), castillos en llamas y quema de cadáveres.

Duna nos muestra de que se trata la existencia para los humanos y lo que vemos es simplemente el reflejo de la historia de la real humanidad a través de los siglos: guerras, conquistas y saqueos.

Grandes culturas, barnizadas como antorchas de cultura y progreso, basadas en el robo y el pillaje, la extracción de recursos naturales y la esclavización de pueblos enteros.

Todo esto para que existan castillos impresionantes, banderas ondeantes, armaduras poderosas, armas letales y códigos guerreros de supuesto honor. Una cosa no puede existir sin la otra. Es un camino biunívoco en el que una parte no puede existir sin la otra.

Sin ponernos demasiado profundos o filosóficos podríamos afirmar que incluso el arte y el cine es posible gracias al desarrollo de ciertas potencias en detrimento de otros lugares del planeta. Y así ocurre en Duna.

En esta segunda parte lo tenemos a Paul Atreides más maduro, ya curtido por la guerra y la lucha, más consciente de su lugar en ese mundo de creencias y fanatismos. Cada vez más convencido de que ha venido al mundo para ocupar un lugar preponderante. Si al comienzo duda y escapa de su destino, es solo en parte por su juventud y natural rebeldía y porque en el fondo aún no se conoce bien a si mismo. Un poco como Neo en Matrix que necesita probarse antes de aceptar que es El Elegido.

Incluso su mirada intensa contrasta con la suavidad que nos mostró en la primera parte y es un hecho que Timothée Chalamet parece haber nacido para este rol.

UNA ÉPICA DEL DESIERTO

Las escenas de la montura de los gusanos gigantes son perfectas.

Es como un festival de heroicidad ante las fuerzas de la naturaleza. La belleza de los planos nos lleva a sentirnos en ese mundo, con la fuerza de sus personajes, con el carácter de sus héroes y heroínas y con el sentido de pertenencia al lugar que solo tienen quienes se consagran en cuerpo y alma a su lugar y su gente.

Así son los Fremen (nombre que implica un interesante juego de palabras en su idioma original inglés; Fre-men, de free-men, es decir: hombres libres)

En la primera parte de Duna apenas los vislumbramos, casi como espiando su misterioso mundo, en especial y al comienzo a través del personaje maravilloso creado por Javier Bardem como Stilgar un líder influyente y creyente. Su labor en la narrativa puede ser también considerado como un predecesor del mismo rol que tiene Morpheus en Matrix.

Pero ahora, en esta segunda entrega, nos metemos de lleno en las costumbres, creencias, ritos y poderes, en su sabiduría y sus complejos sistemas de supervivencia y por fin, en sus códigos del desierto. Y Paul Atreides, conocido luego como Muad’Dib se hace uno con ellos.

Si este mundo existiese (quien sabe…) Duna, además de historia ficcional, oficiaría de documental para comprender la vida de ese particular pueblo. Porque todo tiene explicación, todo un sentido. Sus trajes que recogen su propia agua, sus técnicas de lucha y su capacidad de hacerse uno con el desierto nos muestran una lógica muy orgánica y eso lo hace aún más creíble.

La hermosura de sus templos bajo la arena y del agua que guarda el alma de sus muertos le agrega poesía y un sentido de la vida en armonía con la naturaleza.

En ese sentido, Duna es una puerta abierta a la poesía guerrera.

Es entendible porque tantas otras historias no pueden alejarse de esta fuente.

El mito del forastero “del que viene de afuera” para hacerse uno con la tribu o el clan es un clásico y lo vemos tanto en Avatar, en donde Jake Sully (un humano) se une a los nativos Na’Vi como en Shane (1953, George Stevens) donde un extraño forastero conduce a un pueblo a la victoria, o Los Siete Magníficos (John Sturges, 1960). Incluso la película animada Rango (2011, Gore Verbinsky) en donde un camaleón no muy heroico, deviene en el sheriff que los lidera a combatir a los poderosos, que… se han llevado el agua del pueblo.

Volviendo a la película, es imposible no rendirse a la perfección con la que está construida.

Vemos como el poder que sobreviene de la Casa Harkonnen se basa en su crueldad, en la que la fuerza es la base de todo. La estética oscura, pálida, sádica y sangrienta que poseen, nos remite a otras historias y otras puestas en escena que podrían maridar con esta, como por ejemplo en las muy posteriores de la saga Riddick (David Twohy, 2000 – 2013).

Y ni hablar de Star Wars y todo su universo creado por George Lucas en las que la estética del poder es casi en blanco y negro (recordemos a Darth Vader) pero también sus oficiales y soldados.

CINEMÁTICA EXISTENCIAL

Villeneuve ha decidido incursionar en una diversidad de estilos dentro del filme. Las escenas en blanco y negro constituyen un recurso narrativo muy a la altura del relato. ¿A qué nos hacen acordar? A los desfiles nazis de la Segunda Guerra Mundial. Los movimientos de cámara, los paneos, la toma cuando pasan los aviones (en este caso las naves) en ese contraste de formas sobre el cielo, nos remiten a las puestas de Leni Riefenstahl y sus filmaciones sobre las Olimpíadas de Berlín.

Los trajes de los Harkonnen también remiten a la estética del poder mientras que los desfiles, los modos y el sentido de autoridad, jerarquía y mando, no dejan lugar para otra cosa que para revelar que en la búsqueda del poder, el sentido de ese orden oscuro, es connatural a su mensaje: forma y contenido se unen para lo que es la iconografía del poder como sistema.

PORQUE TODA ÉTICA TIENE SU ESTÉTICA Y SU RITUALIDAD.

Dentro de esta ética del poder, todos sus subtextos de vínculos, expectativas y ritos, hacen que la familia Harkonnen se desenvuelva con una brutal naturalidad entre la humillación, el orden y la muerte para ver quien merece el mando.

En el marco de las múltiples lecturas posibles sobre esta obra de arte, surge la cuestión sobre si la desmesura visual y sonora es necesaria para la comprensión del relato. Y mi respuesta es que no solo es orgánica sino imprescindible.

Si pensamos que el mundo de los símbolos conlleva un sustrato de signos y lenguaje críptico asociado, podemos ver que tanto un atardecer en las dunas visto por los Fremen (nativos de Arrakis y habitantes del desierto) como los castillos, el trono, las armas y la gestualidad de los conquistadores se conectan como una unidad.

Para meterse en la piel de esta obra es necesario entender que en el fondo se trata de la lucha de diversas castas guerreras. Al estilo de los shogunatos en Japón o de las casas nobles venecianas, la guerra es solo una forma de supervivencia, sea del clan, del pueblo o de un imperio.

UN CASTING PERFECTO

Quien escribe ha trabajado en numerosas producciones internacionales en el área de casting y desde ese lugar, puede asegurar que es uno de los aspectos más decisivos y difíciles a la hora de armar el equipo. Y si a los roles asignados, el guion le asigna a cada cual su momento, para que se pueda comprender su esencia, estamos frente a las fuentes de la perfección.

La escena del Emperador en su jardín, reflexionando sobre las cosas cual filósofo romano, tiene su analogía con Don Corleone jugando con sus hijos en el final de El Padrino y ese hombre que parece reflexionar sobre el equilibrio de las cosas, también esta signado por su lugar dentro de ese universo. Y como se trata todo del poder y su uso, la lógica imperante se exacerba según como se utiliza.

Rebecca Ferguson es la madre de Paul y una Bene Gesserit que nos hace creer cada palabra que dice al punto de que no sabemos si amarla u odiarla.

Florence Pugh como Irulan Corrino, la hija del emperador, le da ese toque de sutileza al personaje, poniendo de relieve su fuerza y poder.

Léa Seydoux es Margot Fenring, una Bene Gesserit temible con una mirada intensa y particular.

Austin Butler (¿lo tienen de Elvis?) es sencillamente brillante. Su composición como Feyd-Rautha, el joven sobrino del Barón, tanto mete miedo que da pensar en él, como un digno rival, un antihéroe de mirada entre perversa y sensible.

Así, mientras el Barón Vladimir Harkonnen (un enorme Stellan Skarsgård) flota por los aires y se sumerge en espesos líquidos negros, las Beren Gesserit se esconden detrás de sus velos y los Duques se paran orgullosos frente a sus escudos y estandartes, Chani prefiere en cambio correr en libertad por la arena.

Y hablando de Chani Kynes (cuyo nombre secreto es Sihaya) no podemos no rendirnos a los pies de este personaje y de su interpretación icónica por parte de Zendaya.

Porque no existe este relato sin su presencia. No solo ya era importante en el relato original (libros y película de 1984) sino que aquí cobra una relevancia particular. La actriz aporta un carisma interpretativo fuera de serie y además de esto es tan creíble que nos lleva a percibir sus sentimientos y estos entran en conflicto con los intereses primarios del Elegido.

Como un héroe clásico en un rol de mentor y cuidador tenemos a Josh Brolin (que nunca falla) en el papel de Gurney Halleck, un combatiente leal y estratega eficaz.

Quiero dedicarle unos párrafos a un intérprete que película a película ha escalado en el mundo del espectáculo y a la vez en la profesión de actor. Me refiero a Dave Bautista. Ex peleador de catch, ha interpretado a muchos rufianes rudos con éxito hasta que le ha tocado ser Drax en Guardianes de la Galaxia mostrando un costado más que interesante en el plano de la interpretación.

Aquí, como el sobrino Glossu Rabban Harkonnen, pega un salto cuántico de calidad. Sus miradas de terror mezcladas con rabia se funden en un personaje único.

Charlotte Rampling es la Madre Superiora de este universo. Su nombre es Gaius Helen Mohiam y es una verdadera confabuladora, fría, calculadora y omnipresente líder de la hermandad. Y no podemos olvidar a Jamis, que cumple un doble rol en esta historia, tanto como contrincante como guia oculto para Paul

Anya Taylor Joy aparece bien poco pero es Alia que juega un papel importante para el futuro de la saga

Hay más papeles claro, y todos están en su punto exacto.

COROLARIO

Ya avisamos que esta nota sería un poco más extensa de lo habitual y espero que la hayan podido disfrutar. Quedan un montón de cosas para ver, analizar y volver a ver.

Solo decir que vuestro humilde servidor se encuentra feliz de haber visto por fin: una experiencia cinematográfica distinta, audaz, jugada, con contenido y belleza.

Un solo detalle que revela la originalidad de este relato: en una escena de pelea fundamental (sin spoilers), Villeneuve decide que no habrá ninguna pista sonora musical. Mientras que la mayoría de los buenos directores hubiese acentuado cada movimiento, este verdadero elegido del mundo cinemático, ha optado por el silencio. Una jugada maestra para una película monumental.

¡Gracias y hasta pronto!

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