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Un juego: manual práctico y personal sobre qué puede ser la actuación

Nadie sabe del todo qué es actuar. Nadie puede justificar

objetivamente qué es hacerlo como corresponde. Pero todos

los espectadores podemos identificar

que alguien actuó bien o que alguien actuó mal.

¿Qué es la actuación?

Actuar es en español uno de esos verbos que tiene varias acepciones posibles. Para la real academia española, alguno de esos significados son: “Ejercer actos propios de la naturaleza” o “Obrar, realizar actos libres y conscientes”. En francés, cuando uno dice que alguien actúa en una obra, usa el verbo “joue”, que significa jugar. Y en inglés, usa el verbo “play”, cuyo uno de sus significados posibles también es jugar.

Pero no me interesa tampoco hacer un artículo etimológico donde pecaría seguramente en varios errores y dormiría a los lectores. Vuelvo a la pregunta inicial y juego a respondérmela. ¿Qué es la actuación? La respuesta podría ser muy concreta si nos atuviéramos a los hechos. Un individuo interpreta un papel de ficción. Eso es una respuesta posible. Sí. La pienso. ¿Me alcanza?

Otra respuesta posible más extensa sería que una mujer o un hombre, basándonos en la palabra que usan los franceses y los ingleses para definir la palabra, juegan a ser otros seres que no son en su realidad. Juegan a ser algo que no son ¿Es correcto decir esto? ¿Se puede decir que efectivamente esos intérpretes son algo más o alguien más de aquello que en efecto son? Si lo qué ríe es su cara o lo que llora son sus ojos, o sus manos las que rompen todo en una escena que cualquier actor desearía hacer. Es el mismo cuerpo qué definido por el contexto de un relato, cambia su identidad, su nombre, su moral, y se vuelve otra persona solo dentro de ese universo ficcional.

Les voy a ser sincero. Releo lo que he escrito hasta ahora, y me avergüenzo. Qué tontería a veces resulta intentar definir algo por fuera de la tranquilidad que nos dan las definiciones de los diccionarios. Sin embargo, nosotros, partícipes de una comunidad, deberíamos detenernos un segundo a pensarlo. Al menos para entender qué es lo que uno mismo proyecta sobre esa palabra cuando la utiliza para, por ejemplo, opinar sobre algo que vio. Desde ya que podríamos hacer este mismo ejercicio con cada trazo y cada uno de los eslabones que forman la maquinaria del cine. Pero invito a hacer en esta nota el ejercicio, el juego de determinar aquellas definiciones posibles de lo que es la actuación.

¿Alguien escuchó en su vida decir que Meryl Streep actuó mal alguna vez?

Aclaro que el propósito es el de jugar a definirla porque no será en esta nota que encuentren una resolución científica.

Interpretar es para la real academia, otro verbo con tantísimas acepciones que entre ellas también tiene la de la representación teatral. Pero entre otras, menciona que es explicar o declarar el sentido de algo; traducir de una lengua a la otra; y explicar acciones, dichos, o sucesos que pueden ser interpretados de distintos modos. Entonces, pensar la interpretación como un acto de comunicación pareciera ser fundamental. Un sujeto intenta hacerle entender a otro sujeto, algo.

Si lo pensamos muy hacia atrás en el tiempo, la interpretación podría ser de los primeros gestos humanos posibles. Alguien intentando explicarle a alguien lo que acaba de descubrir y nadie vio. Narrando una anécdota. Poniéndole el cuerpo a los detalles. Intentando hacerle entender y sentir al otro los hechos y hasta las emociones vividas en dicha historia contada. Quizás pensar el contar una anécdota como el germen de la actuación puede ser un buen ejercicio. El actor y la actriz tienen el propósito de contar algo que será escuchado y visto.

Siendo ese el objetivo, prácticamente en su totalidad comunicacional, se servirán del lenguaje universal para acercar lo narrado a su espectador. En un acuerdo tácito en el que los reúne la comunión del hecho artístico, el espectador está ávido de que lo interpelen y se sienta a escuchar una historia. Se sienta a que lo hagan parte de esa historia. Y si nos extendiéramos a rumbos menos aristotélicos de relatos con estructuras clásicas, independientemente de si el espectador se sienta a entender, sin dudas se sienta a ser conmovido. Intentará entender qué es lo que está viendo, clasificarlo, pero si no lo consigue, lo que desea es ser modificado. El actor, como intérprete, no es solo el traductor de un mensaje autoral. Es un cuerpo dándole vida y volviendo presente y posible el acto mágico de la narración. Sin embargo, lejos está de ser el único responsable de que el relato funcione. Y más aún dentro de ese enorme dispositivo que es la industria audiovisual.

El Público es casualmente una performance teatral y audiovisual, actuada por actores argentinos, que repiensa el rol del espectador

Una plasticidad necesaria

Respondiendo a tantísimos otros elementos que rodean la actuación, el intérprete es a la vez fundador y consecuencia del código actoral en el que desempeñará el oficio. En otras palabras, estando dentro de un marco narrativo que lo contiene, no puede hacer cualquier cosa si quiere que el relato funcione. Y a la vez, pensándolo de una manera más dinámica a lo largo del paso del tiempo, yendo y viniendo la interpretación como acción que se forma en escuelas, espacios y universidades, a los sets de filmación o los escenarios de teatro, es también el actor como ser colectivo el que en parte va a fundar el código expresivo. No tanto como un grupo de científicos que en un ateneo resuelven formalmente el cambio de un paradigma. Pero sí a partir de ciertos artistas formadores y teóricos que van compartiendo distintos métodos, que han igualmente sido antes experimentados con ese mismo público al que se deben. Por ende, si bien en el teatro hay menos elementos industriales para convertir un texto escrito en imagen filmada y editada, nada debería romper la fidelidad de lo que gobierna todo: el relato. Ya sea más o menos estructurado, tradicional o performático. Lo que debe sobrevivir, es la gran ilusión.

Refiriéndonos a la industria audiovisual específicamente, la plasticidad del código actoral es en parte definido por la estética contemporánea a dicho código. La estética cinematográfica siempre ha explorado los límites de su géneros, condiciones propias (estéticas y arguméntales) de cada uno de ellos. Eso define en parte la construcción de una idea social acerca de qué es lo vistoso a la hora de actuar, de qué y dónde está el talento, y por supuesto, detrás de ello, como en cualquier profesión, la formación funcional a dicha búsqueda contemporánea.

Tocaré por encima estas imágenes para no extenderme demasiado, pero desde ya que no es lo mismo el nivel de expresividad y gestualidad del cine en sus orígenes donde, por ejemplo, no existía el sonido y demandaba apoyarse solo en aquello que se ve. O aquel que pedía el auge de los melodramas entre los 70 y los 90, en Argentina o en Estados Unidos. De hecho, no es lo mismo el código que demanda una sociedad que la otra, aunque culturalmente exista una misma tendencia. El propio género, independientemente de los distintos momentos de la historia, segmenta las posibilidades de sus relatos y por ende, de sus interpretaciones. No puede ser igual actuar un policial negro que una comedia. Y a su vez no puede ser igual actuar una comedia física en los años 40, que otro tipo de comedia física en los años 80, que una comedia moderna. No es lo mismo actuar para determinado director o directora que para otro.

Ricardo Darín, actor argentino al que algunos injustamente le cuestionan que pareciera hacer siempre lo mismo. ¿Qué es lo que le pide el espectador a los intérpretes?

El código actoral entonces está siempre circunscripto a algo. A una estructura que lo contiene. Y a un espectador que lo demanda.

Ya hace algunos años y hasta la actualidad el espectador moderno, atravesado por el consumo de las redes, de los vivos de instagram como ventanas a la intimidad documental de las personas, de los realities shows, no pareciera tolerar más los altos grados de teatralidad gestual en los intérpretes. Tampoco pareciera tolerar tanto los relatos cinematográficos voluptuosos, de actuaciones de mucho movimiento y gestualidad, de interpretaciones que lo alejen demasiado de la sensación de estar viendo la realidad misma. Ya hace años que escucho decir como un gesto de virtuosismo (y yo mismo me he encontrado diciendo eso) la actuación naturalista “Es hermoso lo que hace. No se nota que está actuando”. Y esa búsqueda desde el lado del artista también lleva algunos años, y el naturalismo se ha vuelto una suerte de nuevo grotesco actoral al buscarse con un fin estético. Con la idea desglosada de que la no actuación es tan solo la combinación de volúmenes bajos en el texto, poca sonoridad y notas musicales en las palabras, poco movimiento de gesto, y muchos tiempos en la escucha y la respuesta de las escenas. Con el propósito de imitar a la realidad, en algún momento los relatos se deformaron y se volvieron una idea intelectual de la misma. Y junto a ello, muchas corrientes de la actuación vagas y con menos contenido. Por otro lado, sí es bello ver un intérprete que pareciera no actuar, no porque apagó su energía vital para responder a escenas generalmente intelectuales, sino porque parece estar vivo ahí en ese preciso instante del cual como espectadores somos testigos. Emocional, monstruoso como somos todos en determinados momentos de la vida, empáticos, patéticos, reales. Desde ya que depende de sus guiones y las direcciones de los actores, pero es en ese terreno donde se desenvuelve hace tiempo la estética actoral. Incluso en géneros que siempre han demandado otro tipo de virtuosismo o volumen actoral, como el terror, la ciencia ficción, o subgéneros que tienen un verosímil corrido del realista.

Por lo que antes mencionaba, hay cada vez más casos de no actores dirigidos al servicio de una de una ficción, o de incluso otros artistas de otros rubros que por propio deseo o por conveniencia industrial, son convocados a actuar. Algunos luego de formarse aunque sea específicamente para un trabajo determinado, y otros que, con mayor o menor acierto, terminan actuando sin prepararse lo suficiente.

Una conclusión momentánea y superficial

Es inevitable, aunque aceptemos lo democrático de la ejecución del arte, aunque estemos más o menos formados, siempre evaluaremos con nuestras propias razones que alguien actuó mal o bien. ¿Se puede ésto medir por factores técnicos, o estadísticos, cómo se miden los resultados de la calidad de otras profesiones? ¿Por qué hay espectadores que juzgan al intérprete por si hizo a lo largo de su carrera distintos personajes? ¿Si se parece o no se parece a la persona pública que cree que es? ¿Por qué algunos le piden que se destaque, si cuando alguno se destaca demasiado para otros se quiebra la ilusión? ¿Puede un actor o un actriz actuar solo y rescatarse por su “talento” a los ojos del espectador?

Son varias preguntas que me divertiría seguir exprimiendo. Quizás lo deje para otra nota. Por ahora, prefiero en vez de combatir que suceda, aceptar que seguiremos determinando desde nuestro juicio personal que alguien actuó bien o mal. Quizás, como para no tampoco extenderme tanto y convertir esta nota en un vago libro de ensayos, podríamos decir que un buen o un mal intérprete depende de si supo convertirse en un elemento más del gran cuadro que es una película. Si supo ser parte del todo y como todos los elementos de la industria audiovisual, que a su vez detrás tienen otros profesionales de otros rubros a su cargo, si supo entender cómo ser aquel que mantiene vivo el verosímil de un relato. Si todos los elementos del cine se compararan con todos los movimientos que tiene un truco de magia hasta ser ejecutado, lo que importa de dichos elementos y en el caso que nos compete aquello que importa del intérprete, es que favorezca al gran truco. A que el espectador no haya sentido que fue traicionado por el mago y se haya quedado pensando que vio la carta que se escondía dentro de su manga. Independientemente de tantísimos recovecos que podríamos seguir silenciosamente discutiendo en otra nota acerca de esta profesión, entonces lo que define a un buen actor o actriz es si sabe cómo ser parte del todo, como pasar desapercibido en función de gran relato, y a la vez destacarse dentro de él.

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