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UN INFIERNO BLANCO (La sociedad de la nieve)

Es casi de Perogrullo decir que Bayona filma bien. Posiblemente es uno de los mejores directores de esa generación provenientes de España. Luego de haber realizado El Orfanato, Un Monstruo Viene a Verme o Jurassic World entre otras, sabemos que conoce el oficio.

El arte de mostrar sin empalagar ni reventar los sentidos mientras nos lleva de paseo en un tour por un infierno blanco, no es poca cosa.

El filme ha ganado cuanto premio le han puesto por delante. Y merecidamente por cierto.

Las actuaciones aportan un realismo difícil de conseguir en un marco de desesperación enfriada solo por las bajas temperaturas a las que los protagonistas fueron sometidos.

SUFRIMIENTO ESTILIZADO

No hay metáforas ni sentido poético alguno en esta presentación. Bayona no busca eso. Es una decisión particular que no podemos cuestionarle a semejante director pero que, en un punto, se extraña.

Quizás el afán de realismo y el lucimiento de la capacidad narrativa aumentada por los recursos técnicos disponibles hacen un relato cargado de un dramatismo natural, no pareciera ahondar en la búsqueda de una empatía emocional plena sino al contrario, parece más un ejercicio de complejidad tecnológica queriendo transitar por las dificultades que han debido de sufrir los protagonistas originales.

¿Será acaso una variable de “el método” actoral llevado a la dirección?

El exquisito andar de la cámara sumado al proverbial trabajo de luz y sonido hacen que en cierto modo, se vea un “sufrimiento refinado”, algo así como un destilado estético sobre un acontecimiento triste y dramático, que como sabemos está basado en hechos reales.

Esta elección es sin dudas eso, una apuesta a una forma de relato. Y por lo que muestran los números, no parece haberse equivocado. Sin embargo no está de más preguntarse hasta donde ese espectáculo casi desinfectado visualmente no hace sino esconder las ambigüedades del alma humana ante la conflictividad vital, cuando las cosas son de vida o muerte.

REALIDAD Y FICCIÓN COMO HERMANAS

Es cierto que el relato se construye sobre las historias que han aportado los mismos participantes y eso le da un marco de realismo.

La película se constituye así en una especie de documental ficcionado y estilizado al punto de que esa blancura de los Andes se nos mete en la piel.

El contraste entre la belleza fría y mineral con las peripecias de los 47 caídos de un avión en medio de la nieve, constituyen la gran paradoja del filme.

Por otra parte, lo siniestro de la blancura helada permanente (que en el fondo significa muerte) se expresa no solo por las consecuencias del hambre y el congelamiento sino por su belleza diáfana. En ese freezer natural se establecen vínculos, conexiones, deseos y miedos que no pueden expresarse en plenitud, debido justamente por las condiciones climáticas y emocionales reinantes.

Su tono básico es la ausencia. Ausencia de ayuda, de comida, de equipos de comunicación, y en algunos casos ausencia de esperanza.

Porque el frío no solo cala al cuerpo sino al alma. Y esto es visible en cada uno de los pasos que deben seguir el grupo de sobrevivientes.

La reconstrucción de época es maravillosa y no cuesta nada meterse de lleno en el momento histórico con sus contradicciones y paradojas.

¿Es entonces La Sociedad de la Nieve una película para recomendar? Claro que sí. Pero quizás no para todos.

Aquel público que ame la poesía, la metáfora y la mirada cargada de un relato transformador, no encontrará aquí mucho material para ese estante del alma ya que su descarnada búsqueda de realidad, deja poco lugar para otro lenguaje y menos aún para la abstracción filosófica.

Y no porque la historia original no este plagada de micro y macro heroísmos sino porque la propuesta del director ha ido por otros senderos: los de una inmaculada historia de supervivencia y canibalismo desinfectada de pasión.

La pretensión heroica del personaje de Nando Parrado y Roberto Canessa no contienen los elementos de la heroicidad clásica, sino una depurada necesidad vital: sobrevivir.

Es por eso que el planteo tiene toques de documental y como dijimos antes, de virtuosismo técnico que muestra en forma descarnada, el calvario de ese grupo de supervivientes.

GENERO, DIVERSIDAD E HISTORIA

Es cómica y dramática la crítica que acusó a la película de sostener ideas del “patriarcado” ya que ninguna mujer sobrevive y por la ausencia de personajes de otras identidades.

Sin embargo hay algo interesante para atender aquí. No en el planteo de rigor histórico claro. Eso es absurdo y forzado.

Sí en cambio hay una carencia de sentimentalidad. Y aunque los actores hacen un gran trabajo por narrar momentos de escalofriante temor y amor fraternal la película transita una emocionalidad anodina, en donde los sentimientos están pragmatizados por la experiencia y la necesidad muy masculina de resolver.

Pero las mujeres de la historia no presentan ningún valor explícito, parecen más una carga (sea esta física o por el dolor de un recuerdo).

Nada aportan ni nada restan más que un recuerdo lejano o una muerte cercana.

Lo femenino no es solo la genitalidad o la identificación de genero sino un espacio cuyos valores no se hacen presentes en el relato. Excepto por el cuidado médico a sus heridos.

Y acá alguien podría pensar en que los productos de entrenamiento no son o deben ser panfletos ni manifiestos sociales y es cierto.

Pero incluso una película “muy masculina” (con muchas comillas) como 300 de Zack Snyder, o Corazón Valiente (Mel Gibson, 1995) tiene más elementos del valor de la mujer, o de la energía femenina de una u otra forma.

Aquí las mujeres están ausentes, no solo por su falta física (es cierto que solo volaban 5 mujeres) sino porque no hay un lenguaje representativo de ellas y para ellas.

Si Barbie es una película en la que género y diversidad se hacen presentes en extremo, La sociedad de la nieve es una obra más Yang que Yin. Y por mucho.

Es cierto que son rugbiers de los años setenta y eso es una marca de fuego en el pensamiento y en la identidad personal y social: clases acomodadas, familias y valores tradicionales, ideas unidireccionales de la masculinidad y una fuerte tensión entre amistad y hombría. Pero de sutilezas, nada, de ambigüedades, poco.

El único personaje que favorece la emoción es Numa que nos ayuda a creer en la historia con su acercamiento sensible, quebrado, idealista y conciliador.

En resumen, la película es una gran obra estética y narrativa.

Rescata una serie de atributos, entre los que la hombría tradicional se destaca sobre todas las cosas.

Y lo hace de manera quirúrgica, desinfectada y estéril.

El frío extremo ayuda a dar la sensación de que allí no había olores, y donde no se huele, no se siente el terror de la carne desgarrada o la sangre de los muertos. Quizás fue exactamente así y nos es imposible comprenderlo.

Lo cierto es que al fin y al cabo, la historia es real y Bayona ha reconstruido aquello con maestría como si dispusiese de una máquina del tiempo para ir a filmar al pasado.

Y el filme nos enfrenta con esa realidad de cuerpos congelados, hambre y gloria, para que tengamos estas conversaciones.

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