El film de Billy Wilder podrá ser del año 1954, pero no ha envejecido ni un día. Y si se supera el prejuicio de su época y su realización en blanco y negro, encontrarán una comedia romántica de las que ya no abundan hoy en día. Una que es puro disfrute, que respira elegancia y una historia que transita en el tono exacto entre encanto, gracia y ternura. Para lo cual es una aliada inequívoca una Audrey Hepburn que –una vez más- atraviesa la pantalla con todo su carisma. Y una química perfecta con un Humprey Bogart en su mayor esplendor.
Sabrina tiene las tramas de un novelón, donde dos hermanos se enamoran de la hija del chofer que trabaja para ellos, y donde nuestra protagonista terminará tempranamente con el corazón roto… Motivo por el cual realizará un viaje a París, del que volverá convertida en una nueva mujer.
¿Por qué recuperarse…? Hablas del amor como si fuera un resfriado.
Y aunque la historia es simple, no se ve opacada por el desarrollo de un guion y una dirección que están convencidos de sus intenciones, y saben narrar este cuento con la magia que uno espera y amerita. Hay timing de los diálogos, está la deliciosa ocurrencia de sus frases (“Paris es para los amantes… Por eso solo estuve ahí 35 minutos”), y la gracia de sus intérpretes; incluido un casting secundario que aprovecha sus oportunidades para aportar su humor. Y hay un diseño estético que complementa la propuesta con decorados impecables, una fotografía y coreografía escénica notable, y un vestuario hecho a la medida del glamour que tener a Hepburn en pantalla requiere.
#Sabrina es, simplemente, un placer. Una celebración muy moderna del cine clásico y su espíritu glamoroso y luminoso. Vestigios de una época de Hollywood que extrañamos y es tiempo que alguien recupere.
No trates de alcanzar la luna, Sabrina
¡Pero ahora están haciendo cohetes para alcanzar la luna!
¡Comparte lo que piensas!
Sé la primera persona en comenzar una conversación.