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La boda de mi mejor amigo: una antiheroína icónica

No sé qué opinan, pero para mi La boda de mi mejor amigo es una de esas comedias románticas perfectas. Estás haciendo zapping, encontrás a esas chicas cantando Wishin' and Hopin' y pensás “ok, ya la vi veinte veces, pero vamos una vez más”. Esa secuencia de títulos inicial nos atrapa automáticamente. Volvemos a verla recordando cada diálogo, esperando el momento musical icónico de I Say A Little Prayer, pero en el fondo sabemos que lo que nos retiene una vez más frente a la pantalla es el personaje de Julianne.

La película tiene todos los condimentos clásicos de las romcom. Tiene enredos, tiene malos entendidos, tiene personajes corriendo por amor. Sin embargo, una particularidad la separa del montón: su personaje principal no responde al típico estereotipo del género. De alguna manera la historia está protagonizada por la que en otra película sería la villana, y eso provoca una cercanía. No tenemos en frente nuestro a una mujer de moral inquebrantable, de una integridad ejemplar que nos recuerda constantemente lo disfuncionales que somos. Tenemos a una mina absolutamente contradictoria, a la que le cuesta pensar con claridad, desbordada emocionalmente, llena de zonas grises.

¿Cómo no vamos a sentirnos identificados con esa pelirroja desquiciada, cuasi psicópata, obsesionada con arruinar un casamiento? No es que ahora todos vayamos cual China Suarez a robar maridos por ahí, no lo hagan, no está bueno. Pero la imperfección del personaje interpretado por Julia Roberts nos propone otra mirada, más tridimensional, nos muestra que incluso una mujer aparentemente fría y seca como Julianne tiene el cerebro quemado por el temita el amor romántico. Y el arco de su personaje junto a todas sus contradicciones terminan de cobrar sentido con Julianne y su amigo George bailando en la escena final. Reconquistar al chongo queda en segundo plano. Romper la pista de baile con tu amigo es el verdadero final feliz.

Parece que a P. J. Hogan, director de la peli, le gusta mucho desromantizar el casamiento, porque unos años antes dirigió El casamiento de Muriel, protagonizada por la gran Toni Collette. Muriel, mucho más idealista e ingenua que Julianne, es una chica fanática de Abba y obsesionada con casarse. Sin intenciones de spoilear esta joya que creo que todavía mucha gente no vió, cabe destacar ciertos paralelismos entre ambas películas, por un lado la importancia de la música para articular la acción, y por otro lado el rol fundamental que ocupa la amistad.

El casamiento de Muriel (1994, P. J. Hogan)

Hace poco me crucé con un final alternativo de La boda de mi mejor amigo que afortunadamente fue descartado. En este desenlace vemos a Julianne afuera del salón hablando por teléfono con George. Pero esta vez George no se hace presente en la fiesta. En su lugar aparece John Corbett (si, Aidan de Sex and The City) e invita a bailar a Julianne. Ella lo rechaza, pero ante la insistencia de su amigo, termina cediendo.

Si se hubiera conservado este final, definitivamente hoy tendríamos otra idea de la película. Así que gracias. Gracias a quien corresponda por tan sabia decisión. Porque tal vez no haya boda, tal vez no haya sexo…¡pero como vamos a bailar!.

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