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La historia mexicana en el cine

Náufragos y navegantes – Nota 1

Iniciamos este viaje por Latinoamérica a través del cine de cada uno de sus países, algo que había propuesto en un artículo publicado aquí mismo hace un mes. En cada una de estas notas hablaré de unas cinco a diez películas que puedan ilustrar cada tema, aunque mencionaré muchas más.

La propuesta incluye un viaje virtual por Latinoamérica, intentando siempre continuarlo en el país más cercano. Partiremos de México, seguiremos por Centroamérica y de Panamá saltaremos al Caribe, para de ahí ir a Sudamérica y terminar en Uruguay.

Empezar por México implica abordar una de las cinematografías más ricas de la región, motivo por el cual me tomará dos artículos completos este modesto intento de abarcar un país tan extraordinario. En esta primera parte me ocuparé de la historia de ese país según la ha contado el cine. En la segunda (que será la próxima nota) el foco estará puesto en el cine mexicano que ha hecho historia y el presente del cine de este país.

Voy a excluir de estas notas algunas películas mexicanas que se han ocupado de otros países latinoamericanos, ya que prefiero que formen parte de los análisis de dichos países, algunos ejemplos podrían ser Voces inocentes, sobre El Salvador, La jaula de oro, sobre Guatemala o Sin Nombre, sobre Honduras. Y seguramente habrá muchas más.

Que mejor lugar entonces, para iniciar nuestro viaje, que este “ombligo de la luna” (ese es el poético significado de la palabra México).

Para empezar vamos a ver como el cine mexicano (y el del resto del mundo) ha reflejado la historia de ese país. La idea es hacer un breve repaso en sólo cinco títulos invocando todo el cine posible, el propio, el extranjero, el clásico, el actual, el documental y la ficción, para tener una noción por lo menos básica de la historia de ese país, lo mismo intentaremos hacer con el resto los países latinoamericanos.

Empezamos por la mirada externa, con dos visiones opuestas de la historia mexicana concebidas desde los dos mundos que se disputaron el poder en el siglo XX. Es interesante ver que buscaban cada uno de sus autores.

Si hubiera que reducir toda la historia mexicana en un solo título, ese seguramente sería ¡Qué viva México! (1932), del director soviético Sergei Eisenstein, que en cuatro episodios (más un prólogo y un epílogo) pretendía retratar momentos de la vida de este país. El cuarto episodio nunca llegó a completarse, y probablemente era el más interesante, ya que se refería a las mujeres que lucharon en la revolución. Toda su realización estuvo llena de complicaciones que derivaron en la suspensión del proyecto. El material registrado recién pudo montarse y exhibirse (incompleto), en 1979, mucho tiempo después de la muerte de Eisenstein, pero siguiendo sus instrucciones. Quien tuvo a cargo esa tarea fue Grigory Alexandrov, que lo acompañó en su aventura mexicana, de la que también participó el extraordinario camarógrafo Eduard Tissé. Un ejemplo de cine náufrago y navegante a la vez.

¡Que viva México! Es una mirada externa pero aun así certera, fascinada por lo que va descubriendo, y está llena de aciertos formales. No hay que confundirla con la película del mismo título del año pasado de Luis Estrada (de él nos ocuparemos en el próximo artículo). Otra película que se carga toda la historia mexicana encima es Bardo (2023), de Alejandro González Iñarritu, pero el análisis de su cine también quedará para la próxima. Estos dos últimos títulos mencionados, que pretenden hablar de México desde la mirada de dos prestigiosos directores locales, empalidecen ante el vuelo visual y conceptual de una película tan bella y caótica como la del gran Sergei, que había llegado al país tras completar sus dos obras maestras, El acorazado Potemkim (1925) y Octubre (1927).

En el film de Eisenstein el foco está puesto en lo colectivo. Todo lo contrario sucede en Viva Zapata (1952), de Elia Kazan, en donde prima el héroe invididual, y el aire de western, en una especie de apropiación y holywoodización de la cultura mexicana. Aun así la película es interesante y se sostiene más allá de las licencias mencionadas, con un Marlon Brando bordeando el ridículo (como de costumbre) y un festivo, excesivo, desmedido y disfrutable Anthony Quinn que lo secunda (y que ganaría el Oscar por este papel). La vida de Zapata tuvo por supuesto sus películas mexicanas pero ésta sigue siendo la más recordada. El otro héroe de ese período, Pancho Villa tiene a su vez muchas versiones de su vida filmadas al norte y al sur del Río Bravo.

Pero volvamos a la obra inacabada de Eisenstein. El prólogo nos lleva a la América Precolombina, un período histórico que ha tenido en general poco lugar en el cine. Veremos más adelante, en otras entregas, como grandes culturas como la Maya o la Inca tienen muy pocas películas que se ocupen de ellas. Hay algo más de material en relación a los mal llamados Aztecas (un nombre más adecuado sería Mexicas) aunque aun así es escaso en relación a toda la producción de cine de este país. Retorno a Aztlán (Juan Mora Catlett, 1990) sería una de esas excepciones. Es la primera película hablada enteramente en náhuatl, y sigue el viaje de un sacerdote-guerrero en busca del favor de los dioses, poco tiempo antes de la llegada de los españoles. Una referencia útil, aunque a la distancia algo acartonada. Una pena que este tema no haya sido más visitado. Hay igual algunos otros ejemplos como la fallida La otra conquista (1998).

Un período muy interesante de la historia de México, no tan conocido (por lo menos fuera de ese país) es el del Segundo Imperio Mexicano (1863/1867) en el que el imperio francés de Napoleón III tomó el control del país y la resistencia de Benito Juárez fue clave para recuperarlo. La mejor manera de acercase a esta época es el documental Patria (2019), disponible en Netflix, en donde Paco Ignacio Taibo II nos explica las singularidades de ese momento clave de la historia. Por supuesto hay varias películas sobre Juárez que se podrían sumar al análisis, incluyendo otra de Hollywood con Paul Muni de 1939.

Este breve repaso culmina con una mirada a la vida privada de los mexicanos en los años ‘60 y ‘70 y para eso la opción es Roma (2018), de Alfonso Cuarón, aunque del resto de su cine nos ocuparemos también en la segunda nota. Quise incluir este título porque muestra de fondo algunos momentos claves de la historia mexicana, como la represión a movimientos estudiantes, cuyo epicentro fue la masacre de Tlatelolco. Hay varios documentales que se ocupan de este tema, para quienes estén interesados, y una exitosa película que la aborda de lleno (aunque fuera de campo). Se trata de Rojo Amanecer (1989), de Jorge Fons, que lamentablemente pierde su equilibrio hacia un final en busca de mayor impacto.

Esto es apenas una introducción para darle un contexto a lo que viene. En la próxima nota nos quedamos en México para hablar del cine de grandes directores como Roberto Gavaldón, Luis Buñuel y Arturo Ripstein, y del rico panorama actual con figuras como Alejandro González Iñarritu, Guillermo del Toro, Carlos Reygadas y Alfonso Cuarón.

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