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El niño y la garza: introspección, vitalidad, experimentación

Spoilers

“Dentro de mí tengo negatividad, desamparo o desesperanza, pero no me gusta expresarlo en mis películas, las cuales ven los más chicos”, es una frase que suele decir Hayao Miyazaki. En documentales y entrevistas se refleja su pesimismo respecto a un mundo cada vez más industrializado y deshumanizado, en el que no para de haber guerras e injusticias. Pero él se esfuerza siempre en inyectar vitalidad en sus obras. No deja que la oscuridad lo cubra y eso se demuestra no solo en sus películas, sino también en su vida.

Hayao Miyazaki and his mother. | Studio ghibli, Totoro, Miyazaki
Miyazaki junto a su madre, Dola

Hayao Miyazaki nació en plena Segunda Guerra Mundial. Tenía una relación muy estrecha con su madre, Dola Miyazaki, la cual sufrió de tuberculosis por mucho tiempo hasta su muerte. Vio morir a colegas tan importantes como Isao Takahata, con quien co-fundó Studio Ghibli o a Yoshifumi Kondô quien podía llegar a ser un sucesor del estudio. Anunció su retiro muchas veces, pero siempre volvió a dirigir. La resiliencia y la vitalidad son partes tan características de su personalidad como su pesimismo y su introspección. Y así, a sus 82 años estrenó su onceava película como director dentro de los estudios que él mismo fundó, luego de 10 años desde su última cinta, El viento se levanta, y después de 7 años de producción.

Vitalidad y pesimismo

El niño y la garza (2023) sea tal vez su película más oscura junto con Princesa Mononoke (1997), su película con más imaginería junto a El viaje de Chihiro (2001) y su película más autobiográfica junto con El viento se levanta (2013). El chico y la garza funciona tal vez como testamento o despedida, pero representa a la vez una fuerza vital e inagotable.

Secuencia inicial de la película

Un chico, Mahito, pierde a su madre en un incendio, en medio de la Segunda Guerra Mundial. En aquellos momentos sucede tal vez la animación más experimental hasta ahora de la mano de Miyazaki: el chico corriendo entre la multitud mientras su cuerpo se deforma en retazos animados. Llega a la casa, pero es tarde; su madre murió.

Dos años después se muda con su padre a un nuevo hogar. Se muestra de forma ambigua y solapada que la nueva pareja de su padre es la tía del protagonista, Natsuko. Mahito no se adapta ni al lugar ni a su escuela. Se encuentra desencajado en aquel mundo y se autoflagela para huir de él. Pero mientras ve a una garza que se esconde en un extraño edificio al lado de dónde vive: un tópico común en el cine de Miyazaki, el “otro lado”, la zona en donde irrumpe lo fantástico en medio de la realidad. Y allí es donde al ingresar comienza la experiencia onírica.

Introspección y hermetismo

En el cine de Miyazaki hay pequeñas escenas de quietud que se intercalan entre la acción. Chihiro viendo el infinito mar desde la casa de baños. Sophie lavando la ropa frente al lago. Kiki viendo el cielo acostada sobre el pasto. Nausicaä sentada pensativa entre las plantas del invernadero. Pero en este caso, la introspección inunda aún más la cinta, a diferencia de sus anteriores obras. Y en ese sentido creo que es la película más “experimental” de Miyazaki hasta la fecha.

La introspección en la cinta

Eso se suma a cierto elemento críptico de la trama, similar al de El viaje de Chihiro, pero creo que aún más profundizado en esta película. Se apela así más que nunca a la inteligencia del espectador. La cinta está diseñada para que quien la vea explote al máximo su poder de imaginación e interpretación al mirar algo que no está para nada sobrexplicado, sino todo lo contrario.

La banda sonora de Joe Hisaishi va en sintonía con aquella atmósfera. Casi toda la música está por lo bajo, sin llegar a ser ambiental pero tampoco tan partícipe. No hay tantos leitmotivs memorables como en otras cintas. Se apela más a cierta cadencia monocorde interrumpida de tanto en tanto por una o dos melodías más reconocibles. Y si bien hay secuencias de acción, no es lo que más llega a reflejar el soundtrack.

Experimentación y madurez

Aquella atmósfera reflexiva es la de un Miyazaki más entrado en edad. Un cine tal vez más maduro —si eso es posible en la trayectoria del cineasta— que se piensa a sí mismo. No es casualidad en ese sentido la multitud de autorreferencias a otras obras propias: Himi envuelta en llamas y Calcifer de El castillo ambulante (2004), el parecido de cierta anciana con Yubaba y las hojas de papel mortíferas similares a las de El viaje de Chihiro (2001), las pequeñas criaturas que parecen ser una mezcla de los espíritus del bosque de Princesa Mononoke (1997) y los susuwataris de Mi vecino Totoro (1988), y así.

Los warawara, similares a los susuwataris de Mi vecino Totoro y a los espíritud del bosque de Princesa Mononoke

Es una película que se reflexiona a sí misma. La muerte, el duelo, el problema de la sucesión son temas que lo atraviesan todo junto con la constante y poderosa imaginería en paisajes coloridos, túneles resplandecientes y seres ominosos. La naturaleza, los personajes fuertes femeninos y la crítica a la industrialización y a la guerra están también presentes. Pero aún así no llega a ser solo un racconto del pasado fílmico de Miyazaki, sino algo más.

El niño y la garza cuenta con su propia identidad. Un relato que vuelve a lo fantástico por primera vez desde Ponyo en el acantilado (2008) y que está libremente basado en un libro que apela a otros de los tópicos de Miyazaki: el crecimiento y el autoconocimiento. Y el título original en japonés es el mismo que el de aquella novela: ¿Cómo vives? Es un libro que explora la vida de un chico de 15 años, Koperu, mientras lidia con diferentes experiencias en la vida que lo llevan a un crecimiento espiritual.

Metáforas y simbolismos

Y precisamente eso es la película. Hay un Hayao Miyazaki más introspectivo y metafórico que nunca. Tal vez él sea el guardián de la torre, quien busca un sucesor que no termina encontrando. Tal vez Studio Ghibli sea esa torre y ese mundo que se cae a pedazos a la vez que el tío abuelo de Mahito muere. ¿Qué sería de Studio Ghibli sin Miyazaki? Pero tal vez también haya vida después de la destrucción: el protagonista acepta el duelo de su madre, y aunque aparentemente olvida lo sucedido su experiencia sigue dentro suyo.

Una habitación vacía. Así termina la película. Tal vez uno de los finales más anticlimáticos de la historia del cine de Miyazaki. Pero tal vez uno de los más sugerentes. Nos toca a nosotros dejar que ese espacio crezca dentro nuestro y germine sus propios significados.

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