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El niño y la garza: todos los fuegos, el fuego

Mi nota anterior, también referida al cine japonés, empezaba diciendo que hay muchos mundos, pero están en este, famosa frase del poeta francés Paul Éluard que le venía bien a la película reseñada, Perfect Days, pero que le viene mejor no sólo a El niño y la garza sino a toda la obra de Hayao Miyazaki, que a los 83 años vuelve del retiro autoimpuesto tras su interesante y amarga Se levanta el viento para asombrarnos una vez más.

Y eso es algo para celebrar.

El niño y la garza puede ser muchas cosas a la vez, una reivindicación de lo artesanal, una adaptación extremadamente libre de una novela de 1937, una vieja y nueva historia extraordinaria en donde conviven la maravilla, la inocencia y la crueldad, como en la infancia.

Se suele asociar a Miyazaki con lo infantil pero las historias infantiles y las historias sobre la infancia son dos cosas muy distintas, muchas veces opuestas, las primeras suelen tener algo o mucho de fórmula y maniqueísmo mientras que en las segundas todo es más ambiguo y la alegría convive con el dolor, generando emociones genuinas.

Y es que hay más verdades en las películas de Miyazaki, desbordantes de fantasía pero no por ello exentas de rigor, que en la gran mayoría de las otras. Basta con ver en una de las primeras escenas de El niño y la garza como se acomoda el equipaje en un pequeño carruaje, ese nivel de detalle puesto en el peso de las cosas, o en las pausas reparadoras que crean un contraste perfecto con el espectáculo por venir de mundos que colapsan. En el cine de Miyazaki conviven en equilibrio lo minúsculo y lo mayúsculo.

Los protagonistas de sus películas suelen tener una férrea determinación (como los de Kurosawa) y Mahito no es la excepción, un chico de 12 años que parece aferrarse al dolor de una pérdida irreparable para iniciar su búsqueda, una búsqueda de sentido, desde esa raíz (es notable la escena inicial del incendio). En su viaje tendrá que traspasar umbrales y tomar todos los riesgos posibles, pero sobre todo estar preparado para aceptar que muchas cosas no son lo que parecen mientras que algunas otras sí son irreversibles por más magia que haya en el mundo.

No hay un villano, no hay un verdadero rival a vencer que no sea interno.

Esa ambigüedad (que es la del mundo) puede llegar a apartar a algunos espectadores, que vean en el cine del maestro japonés algo demasiado infantil para un adulto, o también algo demasiado serio para un niño. Pero hay otros, (muchos según se podía apreciar en la sala del Showcase), que valoran ese lugar de equilibrio intermedio.

Antes de continuar, un breve repaso por la obra previa del director.

Otras películas de Miyazaki

Hayao Miyazaki (Bunkyo, Japón, 1941) es un director de cine, ilustrador, mangaka y productor responsable de las maravillas creadas por el Studio Ghibli (fundado por él junto al también extraordinario Isao Takahata en 1985). Mencionaremos cinco de sus obras anteriores, pero la invitación a ver su cine se extiende a todas las que hizo.

Mi vecino Totoro (1988) pasó a ser el emblema de la factoría, al punto que el propio personaje Totoro es parte del logo de Studio Ghibli. En ese mismo año su coequiper Takahata nos regalaba la dolorosa La tumba de las luciérnagas. Ambos directores (y ambas películas) llevaron al Animé a otra dimensión.

La princesa Mononoke (1997) plasma como ninguna otra la fuerza extraordinaria de la naturaleza tanto para destruir como para regenerar, y la del hombre para destruir. Su trama compleja y más alejada que otras veces del público infantil puede haber confundido a más de uno pero perdurará como una de sus obras cumbres.

El viaje de Chihiro (2001) está considerada una de las mejores películas de este siglo, ya no de animación sino en general, una reconocida encuesta de la BBC la ubicaba en el cuarto lugar. Más allá de eso es la que más puntos de contacto tiene con El niño y la garza, con su protagonista atravesando un umbral a otro mundo a la vez exterior e interior, aunque la dosis de dramatismo es mayor en su último trabajo.

El increíble castillo vagabundo (2004) expone la fascinación de Miyazaki por la cultura de Europa y por el siglo 19 y esas máquinas a vapor que parecían portadoras de un progreso seguro. Es el momento de mencionar los fondos en sus películas, cada uno de esos paisajes es una verdadera obra de arte.

Se levanta el viento (2013) fue su último trabajo y el que presuponía el final de su carrera, en esta historia autobiográfica sobre un diseñador de aviones (como el padre del propio Miyazaki) la fantasía ocupa un lugar menor y hay más espacio para el drama, por lo que probablemente sea su obra menos amable.

Animarse al Animé

Si de adentrarse a nuevos mundos se trata, el propio animé es un mundo extraordinario a recorrer, con faros reconocibles como el propio Miyazaki o el mencionado Takahata pero muchos otros autores imprescindibles como Katsuhiro Otomo (Akira, Steamboy), Satoshi Kon (Paprika), Mamoru Hosoda (La chica que saltaba a través del tiempo) o Makoto Shinkai (Your name) por mencionar solo algunos pocos hitos de un tipo de animación que como tantas otras cosas nació como un producto menor para empezar a hacerse fuerte desde su debilidad, y a concebir su expresividad desde la economía de recursos.

Este brevísimo repaso debe incluir necesariamente a la música compuesta para el Animé, y allí entre muchos otros grandes se destaca Joe Hisaishi, el habitual colaborador de Miyazaki que vuelve a decir presente en El niño y la garza. Recomiendo fervientemente que busquen toda su obra porque es un placer descubrir como sintoniza con la esencia de este arte y compone obras complejas con trazos simples.

Volviendo a la película, siempre es interesante encontrarse con la muy variada galería de personajes que rodean al protagonista, algunos más definidos que otros. Y en este caso es muy atractivo el ambivalente compañero (forzoso) de Mahito, la garza del título, sus alas de deseo. Desear puede ser tan peligroso como necesario. También son muy dignas de mención las ancianas que ayudan (como pueden) en la casa de campo a la que se muda Mahito, y que por supuesto son portadoras de toda clase de secretos (y de algunos vicios también).

A pesar de lo antedicho no creo que El niño y la garza sea una película redonda porque ese rigor apuntado se desdibuja un poco en la parte final de la trama, cuando se intenta explicar cómo funciona ese mundo paralelo, y algunas otras complejidades se simplifican un poco. Solo se puede especular con que ciertas dificultades de una realización que demandó siete años de trabajo puedan haber afectado la integridad final de la obra.

No obstante no deja de ser un trabajo muy por encima de la media, que hay que disfrutar en la pantalla más grande posible. Siempre hay que agradecer la posibilidad de asistir al estreno de la obra de un autor como Hayao Miyazaki porque es asistir a un ritual que nos reconecta con la posibilidad de asombrarnos. Nada menos.

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