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Perfect Days: Qué vemos cuando miramos el cielo

Hay otros mundos, pero están en este, decía Paul Eluard. Hirayama lo advierte, y en consecuencia lo vive. Su mundo es tan finito como infinito. Su hogar es un espacio pequeño (y sin baño) dotado de calidez a fuerza de libros y plantas. Su actividad principal es un trabajo que nadie quiere hacer, limpiar baños públicos, pero que resulta en cierta forma cómodo, otorga bastante autonomía y es casi siempre solitario (y es una soledad buscada). Una tarea en la que además, salvo por un ocasional mal día, parecen estar ausentes los patrones. O en todo caso los patrones para Hirayama son aquellos que él logra entrever en el diseño de las hojas de los árboles que tanto le gustan, y que se empeña en fotografiar con su cámara analógica.

Hay que verlo a Hirayama encarar con fervor el ritual de cada día, con sus medias sonrisas contagiosas cada vez que escucha un clásico en cassette camino al trabajo (la banda sonora contribuye, y mucho, al bienestar general del espectador) o cuando ve el cielo, un árbol o las dos cosas representadas por la omnipresente Torre de radiodifusión de Tokio, conocida como “Skytree”, un personaje más en ese paisaje urbano.

Lo cotidiano se vuelve mágico, decía y dice Peteco Carabajal. Y esa igualdad en los días de Hirayama es mucho más zona de confort que agobio. Un Hirayama que, al hacer casi todo en soledad, prácticamente no pronuncia una sola palabra en la primera hora de película. Pero todo lo que pasa (y le pasa) se entiende con claridad, y cada uno de sus módicos disfrutes es contagioso. Mérito indudable del actor que lo compone, Koji Yakusho, que obtuvo nada menos que el premio a la mejor actuación en el reciente Festival de Cannes. Pero también mérito de un Wim Wenders en la dirección que parece entenderlo todo, como en sus primeros films, y tras un par de décadas en las que daba la impresión de haber perdido un poco el rumbo.

Este “regreso” de Wenders es excepcional en varios sentidos. Perfect days será la representante japonesa en la próxima entrega de los Oscars, y es la primera vez que eso sucede con una película que no haya sido dirigida por un japonés. Para obrar ese milagro Wenders invoca el espíritu de Ozu, y el de su propia juventud. Una primavera tardía que se agradece.

Antes de continuar conviene hacer un repaso necesario por la filmografía de este director, con algunas recomendaciones, y una mención a sus posibles influencias.

Otras películas de Wim

Wilhelm Ernst Wenders (Düsseldorf, Alemania, 1945) tiene más de 40 películas en su haber, algunas de ellas, en particular las de los años 70 y 80, podrían considerarse obras maestras. Destacamos solo tres de las imperdibles (pero son más).

Alicia en las ciudades (1974) fue su cuarta película, y la primera en donde se percibe esa fascinación por la poesía de lo cotidiano que ahora regresa en Perfect Days, siendo las dos tan simples como inolvidables. Esta película es parte de una trilogía de road movies que se completaría con Falso movimiento (1975) y En el curso del tiempo (1976).

Paris, Texas (1984) es cine puro en donde todo funciona, otra road movie, un viaje interno y externo de un hombre roto, perfectamente fotografiado por Robby Muller y hermosamente musicalizado por Ry Cooder. Hay un momento en que uno de los personajes se refleja en el otro que es inmortal (y mejor no digo más).

Las alas del deseo (1987), también conocida como El cielo sobre Berlín quizás sea su película más aclamada, una historia de ángeles caídos que conecta con Perfect days en el peso que le da a la propia ciudad como un personaje más. Y la poesía de Peter Handke que la estructura “cuando el niño era niño quería que este charco fuera el mar” también conecta con ese viaje entre lo pequeño y lo grande que retoma ahora. Las alas del deseo tuvo una secuela agradable y autocelebratoria en 1993, llamada Tan lejos y tan cerca y una remake norteamericana en 1998 realmente espantosa.

Wenders es además responsable de una una gran cantidad de documentales entre los que se destacan Relámpago sobre el agua (1984), su muy famoso Buena Vista Social Club (1999) y La sal de la vida (2014). Ese interés pendular por la realidad y la ficción han marcado toda su carrera.

Un atisbo del cine de Ozu del que abreva Perfect Days

Me animo a decir que no habría Perfect days sin Yasujiro Ozu.

Reivindicado tardíamente por la crítica del mundo que lo descubrió o redescubrió en los años ´90, el director japonés por excelencia fue poco reconocido en vida fuera de Japón (murió en 1963) por ser “demasiado japonés”. Nada que ver con lo que le ocurrió al internacionalmente celebrado Akira Kurosawa (que irónicamente fue resistido al principio en su propio país). Ozu es sin dudas uno de los tres directores más importantes de la historia del cine japonés, junto al mencionado Kurosawa y a Kenji Mizoguchi.

Cuentos de Tokio (1953) es su obra más reconocida, en donde se advierte la poesía de lo cotidiano y esa cámara que siempre está en el centro, a la altura de un niño o un reflexivo adulto sentado, logrando un equilibrio perfecto. Esta película muestra a una familia en sus momentos más mundanos y verdaderos, salteándose esas partes importantes que años después también despreciaría Lennon.

Primavera tardía (1949) cuenta con los mismos méritos pero algo más de humor (siempre contenido y sin excesos) y se concentra solo en dos personajes, un padre y una hija renuentes al cambio, y por eso se podría decir que se acerca un poco más este último trabajo de Wenders. También se la considera como parte de una trilogía, junto a la mencionada Cuentos de Tokio y a El comienzo del verano (1951).

El estado de las cosas

Hechas todas esas aclaraciones, volvamos a la rutina del señor del baño, rutina que no podrá sostener sin cambios por una serie de eventos, algunos favorables y otros no tanto, que escapan por completo a su control. Es interesante ver como Hirayama lidia con cada uno de esos desvíos procurando volver cuanto antes a lo conocido pero sin dejar de valorar cada pequeña sorpresa.

El esencial director alemán recupera su esencia, pero eso no significa que Perfect days sea perfecta. Hay en ella un exceso de cálculo sobrevolando cada escena, con cierta tendencia a usar las letras de los superclásicos escuchados como comentarios que pueden resultar redundantes, y el cambio de ritmo hacia el final, sumando personajes que amplifican la historia es útil para esquivar la monotonía pero no termina de integrarse del todo al resto.

Aun así prevalece lo central, esa idea casi desobediente de felicidad al alcance de la mano que logra desmarcarse de manuales de autoayuda, y que además de valerse de herencias como la del cine de Ozu o héroes musicales como Lou Reed o Nina Simone, también conecta en secreto con la obra de Jonas Mekas, responsable de uno de los más bellos títulos que haya tenido una película alguna vez: “En el camino, de tanto en tanto, vislumbré algunos breves instantes de belleza”.

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