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La mortalidad de los superhéroes

La hermosa mortalidad de los superhéroes.

Hace años pensaba de que manera podía suceder una auténtica revolución social. Una sorpresiva, inesperada para la política, para el sistema, para todo. No recuerdo por qué pensé en esto, si les soy sincero. Pero me imaginé lo siguiente. Se estrena una película de “Superman”. Pongámosle el siguiente título “Superman: el ascenso de Lex Luthor”. No. Mejor no. Es un héroe muy aburrido. Podría ser uno más exitoso y querido por la gente. “Batman: el fin de la Ciudad Gótica”. La dirige Quentin Tarantino. El enmascarado es interpretado por Leonardo Di Caprio. El antagonista Daniel Day Lewis en su retorno a la actuación. El revuelo es incomparable. No hay mucha publicidad concreta al respecto, el trailer no es claro, la sinopsis tampoco, y toda esa prensa vuelve al proyecto aún más popular. La gente saca entradas con mucha anticipación, los cines no dan abasto. Familias enteras, grupos de amigos, gente sola. Y en la película, a los quince minutos, Bruce Wayne cruza la avenida porque ve a un amigo del pasado, lo atropella un colectivo y muere. El resto de la película no tiene nada que ver con Batman, más allá de alusiones y recuerdos sobre él. En mi preocupante imaginario, la gente en el público se para, abuchea, arranca las butacas, quema el cine, sale a las calles, se manifiesta, invade la Casa Blanca. El resto claramente son pavadas, pero, ¿no sería un poco maravilloso semejante sorpresa de ver a un héroe morir de una manera terrenal y estúpida?

El universo de los superhéroes siempre me sedujo. Lo disfruto como sea, y me enojo mucho cuando falla. Y desde niño consumo animación (creo que como cualquier niño que se deslumbra por los colores y las voces), desde los Caballeros del Zodíaco, a Dragon Ball, Los Supercampeones, a Tom y Jerry y todas las películas de Disney. Ahora, más cerca de los 40, descubrí otra serie. Hace mucho me recomendaron “Invencible”, una animada de Amazon Prime. La vi en dos días. Fascinado. La semana pasada, veo por segunda vez la primer temporada de la serie Me resulta otra vez una delicia. Lo hago porque quiero llegar fresco para la ya estrenada segunda temporada, y desde ya que por mero placer. Veo el primer capítulo y en seguida pienso: quiero hacer una nota sobre esta serie.

Me dejo el último capítulo de la primer temporada para saborearlo con tiempo, y arranco a escribir. Cuando ensayo la primer reflexión, intentando además evitar hablar demasiado sobre el argumento y arruinarles la magia de transitarlo, me doy cuenta para desarrollar lo que en verdad me interesa, no me alcanzará hablar solamente de Invenc-

Una hipótesis

Si quieren comprender por qué el párrafo anterior se ve interrumpido de golpe y sin sentido, los invito a ver la serie. Les pido que me disculpen por esta humorada nerd tan mala.

Probablemente las películas que menos funcionen hoy en día, no solo en el rubro de los superhéroes, sean aquellas que aún confundan la moralidad como algo maniqueo. Lo bueno y lo malo. Lo correcto y lo incorrecto. Me quedaré corto para dar ejemplos porque son tantísimos, pero pienso en Walter White de Breaking Bad como el mayor ejemplo sobre el protagonista de una serie exitosa, reconocida por la calidad de su relato y de su realización, y donde el arco del personaje lleva de la empatía absoluta del espectador, al rechazo. Querer lo mejor para alguien, y terminar temiéndole y deseándole que pague lo que hizo. Me parece una reforma absoluta del clásico paradigma del viaje del héroe. Y ese arco tan amplio se vuelve posible por el nivel de detalle del relato. En lo informativo, lo climático, interpretativo, emocional. El verosímil excelentemente habilitado y defendido por la narrativa y su ejecución (desde la actuación a todos los departamentos orquestados por su realizador). Si nos contaran de cualquier otra manera que a un profesor de química de 50 años, que a su vez trabaja en un lavadero de autos, que no sabe como defenderse frente a las injusticias de su empleador o el maltrato social, tras enterarse que tiene un cáncer fulminante, se volverá el mayor proveedor de metanfetamina de todo Norteamérica, seguramente no lo creeríamos.

El nuevo riesgo de la narración moderna es que no puede descuidar nunca más ningún detalle. Tiene del otro lado un espectador más formado por todo lo que ve y que encima demanda una mayor cuota de realismo. Hasta en la más grande fantasía. Por eso en la ciencia ficción el riesgo se vuelve mayor. Cuánto más haya que explicar acerca de un nuevo universo y sus reglas de funcionamiento, aunque guarde muchas similitudes con el propio mundo, más son los detalles a proteger. Y cuánto más se abarque, más grande y sólidos tienen que ser los cimientos para sostener tamaño edificio. A la primer fractura del verosímil, el edificio va a tambalear, y estará a un solo golpe de venirse abajo absolutamente todo. Hay que cuidar hasta el último segundo del relato. El espectador está además deseoso de encontrar la falla y llevar con orgullo el mensaje de que fue quien dinamitó el edificio.

Las películas de superhéroes cuenten con esa desventaja con la que corre la ciencia ficción. Y si además están basados en novelas gráficas, (algo que también les pasa a las películas basadas en bestsellers) deben lidiar con el minucioso juicio del fanático: el ojo más atento de la faz de la tierra.

La ciencia ficción también suele tener efectos muy polarizados en los espectadores. En general, el espectador cree o no cree. Aunque suceda debajo del vuelo de los dragones un común melodrama familiar shakespeareno, o aunque el mago aparezca para salvar a un pueblo de su injusto dictador, quien no quiere creer en la magia, no creerá. Sin embargo, y no hay absolutamente nada de científico o estadístico en lo que voy a decir, son muchas más las personas que ahora disfrutan un relato de ciencia ficción. Y ésto se debe al cambio de paradigma.

Ahora que tengo su atención aseverando algo tan enorme y ridículamente objetivo como “Un cambio de paradigma”, voy a continuar usando ejemplos y pruebas para justificar sencillamente mi hipótesis personal.

Marvel: el humor al rescate de sus héroes.

Con Iron Man de Jon Favreau, protagonizada por Robert Downey Jr., comienza la nueva etapa de Marvel, un año antes de su matrimonio con Disney. Ni mejor, ni peor, pero una nueva etapa en fin. Y en concreto, la sustancia será la misma. El mismo recorrido del camino del héroe, que en resumidas cuentas comienza con su estado inicial que se ve alterado por un cambio (en general externo), el llamado a la aventura, la duda o el rechazo de la llamada, la aceptación de la aventura porque no le queda otra, el ingreso a ese nuevo universo (que en los inicios de los superhéroes implica también la aceptación de su poder), los primeros roces con la fuerza opositora, la maduración de su poder, la gran prueba y el enfrentamiento con el antagonista (de niños recuerdo que lo llamábamos “el malo final”), y la superación. Este fue un resumen simplificado y con palabras arrabaleras sobre el tradicional camino del héroe. Lo que más me interesa mencionar es que la estructura del relato se repite y se respeta, pero su tono, su “cómo”, se renueva. Sus colores son menos definidos, y sus personajes son más humanos y menos estereotipados. El patetismo de las típicas contradicciones humanas está a la vista, y es incluso la superación de ese aspecto una de sus tramas principales. Es en esa humanidad de los superhéroes que radica el gen de la comedia del relato. Y la experimentación del género comedia como subgénero dentro de la gran épica siempre central, ha llegado a confines creo antes impensados. Como, por ejemplo, lo que hace el director neozelandés Taika Waititi en sus dos Thor (Ragnarok y Love and Thunder), donde su propia huella como autor se mezcla hasta con un humor de antes, de películas como “Top Secret” o “La pistola desnuda”.

Y la inteligencia del tono de los relatos, está no solo en el tratamiento del guión, sino principalmente en la decisión del tono actoral. En comunión con la actualidad, aún siendo un relato épico primordialmente de ciencia ficción, se construye sobre actuaciones sumamente realistas. La composición de la actuación es sutil y está lejos de ponerse en evidencia, de que se vuelva algo central y estético, aún pese a la espectacularidad de los sucesos de la historia contada, de la dirección de fotografía, el arte y los efectos especiales. Lo épico en Marvel no está ya en la estética del diseño actoral. Los textos parecieran ser dichos sin esfuerzo y como si el intérprete los hubiera improvisado. La llegada incluso del segundo punto de giro del relato, o incluso del climax, donde suele haber enfrentamientos que ponen en peligro a nuestros protagonistas, o momentos que hasta demandan terribles sacrificios de los mismos, ya no están adornados por frases y reflexiones pomposas. Pareciera que aquello que los personajes dicen estando a punto de morir, aún si deslizaran alguna cuota poética, es posible de ser dicho y sentido de esa manera. Los climas dramáticos no peligran y están sostenidos cuidadosamente por ese código actoral que construye a su vez la propia película, y la longeva y exitosa saga de películas de los distintos super héroes. Están ya sostenidos por la marca misma. Por la curaduría que está por encima de cada realizador, película o personaje, que se ocupa de que sintamos que pese a las diferencias autorales o de los propios micromundos de cada héroe, estamos siempre dentro de un mismo universo. Y esa sensación de que los textos no han sido escritos por nadie, puede tener que ver con muchos motivos. El trabajo en los ensayos, la clara dirección de actores para delimitar ciertos límites dentro de los cuales los intérpretes puedan improvisar, la excelencia en la escritura de los textos. O todo junto. Pero es para mí sin dudas la dirección de actores el diferencial del relato moderno, que es aún más significativo como condimento dentro de la tradición de la ciencia ficción y del relato de super héroes.

Invencible: la importancia de que los golpes duelan

Mark, un adolescente en el último año del secundario, hijo del super héroe más poderoso del universo (Omniman, una especie de Superman aún más poderoso, alienígena enviado para proteger la tierra), confirma que finalmente él también heredó los poderes de su padre. Al tiempo, aún en el primer capítulo, la liga de la justicia de este mundo compuesta por un grupo selecto de superhéroes, es masacrada. El espectador, ustedes, van a ser testigos de todo sin filtro alguno. Verán al o la responsable, verán la pelea, no habrá (como no la hay en toda la serie) mesura en la cantidad de sangre ni en el desmembramiento de los personajes. Y así, la serie resultará en una trama casi policial acerca de la investigación del asesinato y sus consecuencias en el planeta que dejó de tener entonces a sus guardianes. Resultará también en los conflictos de un adolescente que intenta vivir su vida con normalidad, pero a la vez descubre la increíble dimensión de sus poderes, las responsabilidades que eso conlleva en la sociedad en la que vive, lidiando mientras tanto con los conflictos de cualquier adolescente promedio, y, por sobre todas las cosas, confrontando el mayor de sus deseos: ser aceptado por su padre.

“Invencible” es una serie animada, basada en un comic publicado el año 2003.

Siguiendo con la línea del planteo de Marvel, pareciera la serie cumplir con los mismos puntos claves de la modernización del género. Incluso, siendo una serie animada con intérpretes cumpliendo otro tipo de tarea dentro del sistema de producción. Lo moderno de las líneas de diálogo; el decir de los intérpretes doblajistas (muchos actores y actrices que reconocerán); el tiempo y el detalle que se toma la narración para hacer avanzar el relato y los conflictos más internos de los personajes; la naturaleza de muchos de esos conflictos que si no tuvieran una capa o un disfraz mediante podrían pertenecerle a un melodrama llamado, por ejemplo, “El invencible latir del corazón”, o, no sé, “Invencibles: el amor todo lo puede”.

¿Qué puede ser más humano que alguien intentando llamar la atención de su padre, y de un padre que no sabe cómo comunicarse con su hijo? ¿De un padre convencido de que su hijo debe seguir sus pasos? Y es interesante considerar que “Omniman”, este padre, pese a sus rasgos humanos, es de otro planeta y fue enviado a la Tierra para ser su protector. Y Omniman es sin duda alguna el ser más poderoso que existe. Es un personaje que no encuentra ningún tipo de contrincante a su altura. Ni un meteoro a punto de destruir la Tierra, ni monstruos mutantes, ni una avanzadísima ciencia humana, ni invasores de otros planetas. Nada lo hace transpirar o sangrar. Y sin embargo, no sabe comunicarse con su hijo. Se desespera por mantener a su esposa humana enamorada. Practica solo, flotando sobre el Everest con su impoluto traje blanco y capa roja, como hablarle a su hijo de temas que no sabe como afrontar. Y entre esa cuota innegociable de épica que debe respetar el género sea como sea, más los ya mencionados conflictos melodramáticos, también se dejan disfrutar los gestos de comedia propios del retrato más realista. De ver el lógico patetismo de un adolescente intentando gustarle a una chica; de la torpeza física o intelectual de algún personaje tratando de comprender los escenarios ridículos con los que se tienen que enfrentar. De este padre orgulloso, super poderoso, pero emocionalmente torpe. Esta mixtura de subgéneros que aquí subyacen o en tantos otros relatos modernos de superhéroes, y la desaparición de los géneros definidos y rígidos, merece casi una nota aparte.

Simples dudas

¿Cómo es que las producciones deciden invertir ahora en un relato que, como Invencible, ya tienen, por ejemplo, 30 años? ¿O atreverse ahora a revisar una vez más las tantas veces reversionadas historias sobre los superhéroes más tradicionales que existen en la cultura occidental? Hay gente que ve esa constante reversión de las historias de los héroes, con otros actores, actrices y directores, como un eterno negocio y, como se dice desde el lunfardo argentino, un “choreo” (un robo a mano armada). No quiero pecar de naif e infantil y obviar que detrás de todo hay una enorme industria que se engrosa y unos cuantos bolsillos que se ensanchan. Pero si se va a hacer, creo muy valiosa la idea de reinterpretar las formas del relato, y de que respetando la esencia de las fuentes, sus héroes y universos, también se actualicen los tonos de ese relato, se reubique el foco donde la lupa se detiene, se repiensen esos personajes, y se hagan la repregunta de qué es lo que debe ser contado para su nuevo público.

A todos los relatos el espectador moderno le demanda mayor cercanía. Es (somos) un espectador que más que nunca pareciera estar ávido de documentales o series documentales en las plataformas. Que se sumerge en todas las redes sociales habidas y por haber, o que tiene al acceso de un click la explicación de cualquier duda que se le caiga del pantalón. Por eso disfruta del realismo de las actuaciones, o a pesar de no tener alguna formación concreta en torno al cine, detecta mucho más que nunca, entre otras cosas, eso a lo que se le dice sobreactuado. Por eso parecieran disfrutar cada vez menos de las leyendas de Hollywood que dejan de comer durante un año y viven en la nieve del Tibet cuatro meses solo para componer un personaje. Detectan las fallas de la impostación mucho más rápido. Disfrutan más de los intérpretes sensibles, económicos, y menos de las estrellas exponiendo todas las cartas de su talento. Creo que el espectador quiere (queremos) sentir que lo único que nos divide de lo que está del otro lado de la pantalla, es la pantalla.

Quizás siempre hemos necesitado y necesitaremos de nuestros héroes. Siempre querremos sentir esa absurda chance de que el golpe de magia y fortuna nos puede tocar a nosotros. Aunque nos guardemos esa esperanza para nosotros mismos y nos de vergüenza compartirla. Sentir que quizás esta vez si levanto la mano y me concentro, puedo hacer flotar el vaso.

Y si la distancia entre el espectador y la ficción se ha acortado, esos héroes ya no pueden ser simplemente inmortales, y sus conflictos no pueden ser solamente si pueden lidiar o no con sus poderes, o si son o no aptos para salvar al mundo. Queremos héroes imperfectos. Superhéroes con el vestuario roto que pueden sangrar. Porque tanto para ellos como para nosotros, al fin y al cabo, todo poder conlleva una gran responsabilidad.

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