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Náufragos y navegantes: una mirada al cine latinoamericano del año

Para el público argentino, el cine que se produce fuera de este país, de Hollywood o de Europa siempre nos queda muy lejos. Incluso el cine de Chile (que ha tenido un 2023 extraordinario) y otros países limítrofes suele tener una presencia acotada a los festivales. Allí por lo menos se puede cruzar con un público entusiasta, pero cada vez tiene menos lugar en carteleras comerciales y también suele ser marginal en plataformas.

Hay cine en Latinoamérica. Mucho y muy bueno, aunque no lo veamos. Para la mayoría no debería ser un descubrimiento el encontrarse con buenas películas de México, Brasil o Colombia, pero para casi todos lo será el cine de Bolivia y Guatemala, por poner solo dos buenos ejemplos recientes.

“El desarrollo es un viaje con más náufragos que navegantes”, decía Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina. El cine de la región ha dado cuenta de esa deriva, con características propias de cada uno de los países que la integran, una riqueza que bien valdría la pena explorar en sucesivas notas.

Esto es apenas el principio, un repaso del cine latinoamericano visto en el año, pero con la promesa de que se convierta pronto en una serie de notas sobre las particularidades y la historia del cine de cada país, y para ello invito a los lectores a que comenten desde dónde están leyendo para poder seguir desde allí con el intercambio.

Los colonos
Los colonos

Chile y los límites de la memoria

Cuatro producciones chilenas estuvieron entre lo más destacado del año, las cuatro revisaron el pasado de una manera muy distinta, y todas encontraron su manera de aportar nuevas miradas.

Los colonos, de Felipe Gálvez, vista en el último Festival de Mar del Plata, es la única de las cuatro que se mete con el pasado remoto, recuperando algo del espíritu de las novelas de aventuras del Siglo 19 pero con una mirada propia del Siglo 21 (un ejemplo previo de esto podría ser la extraordinaria La leyenda del rey cangrejo, de 2021). La acción nos lleva a la Patagonia chilena y argentina allá por 1893, una zona brutal en la que conviven mercenarios, soldados ingleses y argentinos, onas que deben ser eliminados para beneplácito del terrateniente local, y hasta el mismísimo Perito Moreno. La película funciona en su nivel más elemental de relato de aventuras en terrenos hostiles pero cuenta además hacia el final con lúcidos apuntes sobre el aprovechamiento político de estas circunstancias.

Las otras tres películas chilenas a mencionar se meten con la herida aún abierta de la dictadura de Pinochet, 1976, de Manuela Martelli, es la más clásica de las tres, una lúcida exploración de un personaje con una vida cómoda y al margen de los conflictos que se ven envuelto de todas formas en circunstancias que le impiden seguir viendo para otro lado. Es el prometedor debut de Martelli en la dirección tras su carrera como joven actriz (fue una de las protagonistas de Machuca).

El conde, de Pablo Larraín, toma mayores riesgos, incluyendo, sobre todo, el riesgo al ridículo, para contar de la manera más incómoda posible la historia de Pinochet como vampiro, cruzando la dolorosa historia de Chile con el cine fantástico y un humor negrísimo. El resultado es tan original como discutible. La película participó en el prestigioso Festival de Venecia, en dónde gano el premio al mejor guión.

Por último, La memoria infinita, de Maite Alberdi, que tuvo paso por el BAFICI, es un conmovedor documental sobre Augusto Góngora y su lucha por la memoria, tanto la colectiva como la personal, ya que se lo ve como un férreo opositor a la dictadura pero también en la intimidad luchando contra la crueldad del Alzheimer que padece. Náufrago y navegante a la vez.

Argentina y los límites de la libertad

Ha sido también un gran año para el cine argentino, con una película como El juicio, de Ulises de la Orden que resultó más necesaria que nunca al recuperar las imágenes del juicio a las juntas de 1985 en un contexto de crisis de representatividad. Lo mismo puede decirse de El Rapto, de Daniela Goggi que se mete con un tema muy poco explorado por el cine argentino, cómo sigue operando la dictadura aún en democracia. Tuvo un buen paso por el Festival de Venecia. El juicio, por otra parte llegó a estar preseleccionada para el Oscar a mejor documental, aunque no superó el primer corte, cosa que sí ocurrió con La memoria infinita.

Trenque Lauquen, de Laura Citarella, pudo verse al año pasado en Mar del Plata, pero recién este año circuló por los cines de Argentina y el mundo y llego a estar considerada en varias listas prestigiosas entre lo más destacable del 2023. Una película libre, llena de ideas y de senderos que se bifurcan y con muchos puntos de contacto con las Historias extraordinarias de Mariano Llinás (que aquí es productor y sorprende como actor en la mencionada Los colonos).

Puán, de Maria Alché y Benjamín Naishtat, a pesar de su irregularidad, también dialoga con su presente y se convirtió en una de las películas más vistas y comentadas del año. Era la señalada para competir por el Oscar pero ese lugar finalmente quedó para Los Delincuentes, de Rodrigo Moreno (que tampoco pasó el corte final). Esta película tiene un pié en el pasado con sus referencias directas en su primera parte al clásico Apenas un delincuente, y otra en el futuro en la segunda parte con la libertad con la que rompe la premisa inicial y disfruta de sus derivas. Su banda sonora, con Pappo cantando “Adonde está la libertad” ahora tiene otras resonancias.

Latinoamérica y lo ilimitado

Para el resto de los países de la región, y aún con limitándose a lo que pudo verse en Argentina este año, el repaso será muy breve y descansará en posibles ampliaciones futuras.

México siempre es una referencia en el cine latinoamericano y este año no fue la excepción, con dos ejemplos bien opuestos, lo acotado de Tótem, en su retrato de la intimidad de una familia en un día de festejo y lo excesivo de No voy a pedirle a nadie que me crea y una trama que apunta en varias direcciones a la vez. La primera, dirigida por Lila Avilés, pasó el corte y está entre las candidatas al Oscar, la segunda, de Fernando Frías de la Parra, tuvo una buena repercusión en la Competencia de Mar del Plata.

Hay muchas otras películas para señalar, de Brasil, Mato seco en llamas, de Adirley Queirós y Joana Pimienta, que juega a correr los límites entre documental y ficción o la más convencional pero disfrutable Carbón, de Carolina Markowicz.

Antes de terminar, vale mencionar que la cantidad de directoras iguala a la de directores.

De Bolivia vino la experimentación de El gran movimiento, de Kiro Russo. Perú aportó a la ganadora del premio principal en Mar del Plata, Kinra, una película que hay que discutir, y de Colombia nos llegó El otro hijo, que se desmarca de algunos lugares comunes del cine latinoamericano. Un cine que habrá que seguir explorando. Este viaje recién empieza.

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