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ACERCA DE JOSEFINA

ACERCA DE JOSEFINA

Y por fin se estrenó Napoleón (Ridley Scott, 2023). Una película que permite (y obliga) a leer entrelíneas.

La enigmática y poderosa presencia la de Vanessa Kirby como Josefina es el alma de esta obra.

La vemos al comienzo desgreñada, recientemente salida de prisión, provocadora y audaz. Pero más allá de su belleza y aires de nobleza, Bonaparte se conmueve con su historia y su franqueza. A su lado él se siente apenas un hombre de guerra, sin refinamiento ni cultura.

A ella sin embargo parece divertirle secretamente su simpleza. De esos extremos nace el vínculo.

Pero Napoleón tiene otro amor: Francia. Y viaja de batalla en batalla. Es un soldado y no entiende de necesidades y deseos femeninos. La deja sola largo tiempo, espacio que ella usa sin remilgos ni arrepentimientos. Pues como mujer poderosa y sabia, no mezcla las cosas. El amor y la lealtad son una cosa, los gustos y placeres, otra. Y aquí es en donde se convierte en blanco de la prensa. La muestran como una “zorra” que se divierte a espaldas de su marido y él se enfurece. Con su masculinidad herida, se retira sin permiso de Egipto para volver y pedir explicaciones.

No es que Napoleón fuera fiel tampoco. En una conversación, Josefina le pregunta si ha tenido amantes a lo cual el responde “-Por supuesto”. Josefina sigue indagando respecto a su apariencia. Y este (que carece de tacto) le replica “-No están continuamente llorando, lo cual las hace más atractivas…”

Pero un lazo de conexión muy profunda ha surgido entre ambos dentro de una relación extraña, mezcla de apatía y devoción.

LA TOMA DEL PODER

Por haberse retirado de la misión es amonestado con severidad al punto de casi ser acusado de traición. Pero en las vueltas de la historia, es esto mismo lo que lo vuelve a convertir en líder de Francia al reclamarles que en su ausencia quienes lo acusan, todo han perdido. Poco después, toma el poder.

Pero volviendo a Napoleón y Josefina, encontramos que ellos tienen una conexión sagrada, íntima de consenso emocional y espiritual.

En medio de disputas y reconciliaciones Josefina le hace prometer que no la abandonaría jamás y el así lo jura.

El eje axiomático del relato se encuentra en la promesa incumplida.

Entretanto, emocionalmente ella es la adulta y quien entiende la magnitud de sus impulsos mientras que Napoleón, cual adolescente lleno de sueños, busca su aprobación y consejo.

Ella lo trata casi como a un niño un tanto díscolo, irreverente y testarudo que debe aprender aún, los secretos de la adultez y las intrigas de la política.

Él juega a dominarla solo para quedar finalmente a su merced, a su juicio y perdón.

Solo una vez ella impone explícitamente su voluntad luego de una crisis y le hace repetir “Yo sin ti no soy nada”. Él lo hace.

Pero el invierno de la realidad es aún más crudo que el frío de las estepas rusas. Y la política más cruel y utilitaria que las promesas de los amantes.

Talleyrand (Paul Rhys), su consejero le hace saber que Francia necesita un heredero. Y que es su obligación como emperador proveerlo. Napoleón se obsesiona con un tener un hijo.

Pero ella no parece poder darle la criatura que Francia tanto anhela y aunque con dolor y pena, se ven compelidos a separarse por el bien de Francia.

La escena es maravillosa por su crudeza, punto de unión entre el amor, el deber y la idea que tiene Napoleón sobre sí mismo: él es una fuerza de la naturaleza y su destino y el de Francia se hallan unidos. Ella lo comparte. Entre lágrimas firman el divorcio.

Y aquí es donde vemos a una Josefina tan adulta incluso en sus desbordes, que firma la separación frente a aquellos hombres que, en el fondo, desprecia.

EL EMPERADOR SIN ESTRELLA

Como emperatriz, ella recibe un fabuloso estipendio y una villa en donde el mismo Napoleón la visita, pero en la soledad y la falta de estímulos va decayendo hasta que enferma y muere para consternación de Napoleón.

Continúa firme, pero llegan Rusia y Waterloo.

El invencible general pareciera haber perdido la suerte, así como ha perdido a su amor.

Porque suerte para Napoleón, no es azar sino destino. Y si su destino se hallaba entrelazado con Josefina. Al perderla, pierde su estrella.

Y como general sin estrella se desmorona frente a una nueva realidad de traiciones y mentiras. Termina en el exilio y muere tiempo después.

El film es un ensayo teórico, casi abstracto, que carece de la épica de Gladiador o de la imaginación de Alien o Blade Runner (del mismo director).

Sin embargo, su tesitura nos introduce en las esferas más humanas y desangeladas de este Napoleón que vivía su vida como una marioneta voluntaria de su destino.

Lo único que lo anclaba más allá del deber era Josefina.

Joaquín Phoenix establece una conexión transversal con el personaje. No genera la empatía del Joker ni la verosimilitud de su interpretación de Johnny Cash. Hay algo de frío y lejano en el personaje, quizás como si su propia condición de “ausente emocional” invadiera la caracterización. Pareciera haber una hibridación entre las energías del actor y lo que esta historia nos cuenta de Napoleón. Como si su “presencia lejana” acentuara su condición de ícono de la historia.

Una puesta en escena magnífica entre el director y Phoenix para mostrar a ese general tan partido y sentimentalmente roto, tan poco querible a los ojos del espectador.

¿Será acaso por eso que la película ha tenido tantos detractores, desde la academia de la historia al gusto popular? Tal vez, pero podría ser también que su consistencia genuina devenga de esa bruma distante y fría del tiempo.

Napoleón es una gran obra por donde se la mire, pero no por los tecnicismos, las puestas de cámara, el manejo proverbial de los extras en las batallas o la fotografía atemporal de Darius Wolski sino porque conmueve a la distancia.

Ridley Scott nos muestra a un hombre devastado por su propia grandeza y por el ímpetu incontrolable de su ambición.

Pero mucho más aún: ancla su Espíritu en el corazón de su mujer.

Napoleón es una obra conceptual y un relato feminista.

Josefina fue el alma y la guía, el armazón y el fino hilo sentimental del hombre que gobernara Francia y buscara su grandeza.

Mientras Napoleón se sintió unido a su amada, su vértigo conquistador halló eco en las acciones de la guerra y la política.

Ella era él y él se refugiaba en ella y eso los hizo invencibles.

Pero cambio cuando por los designios de la coyuntura se vio obligado a transigir y apartarla de su camino, su estrella pareció eclipsarse. Y comienza así su declive.

Las heroínas fueron, son y serán de muchas, variadas maneras. La emperatriz era de aquellas que inspiran, su musa.

Imposible comprender este film sin entender aquel vínculo y la profundidad de esta unión. Josefina fue a Napoleón lo que éste fue a Francia.

Ridley Scott nos deja una obra de lectura difícil, un enigma emocional y una Josefina casi aún más grande que Napoleón. Quizás el film se debería haber llamado: Josefina.

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