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Revisitando 'Barry Lyndon', de Stanley Kubrick: El ascenso y caída del hombre común

POR JERÓNIMO CASCO

11 de DICIEMBRE del 2023, 16.47 PM | UTC-GMT -3

Revisitando 'Barry Lyndon', de Stanley Kubrick: El ascenso y caída del hombre común

Hace seis años, tras mucha indecisión y prejuicio, vi por primera vez Barry Lyndon, la menospreciada obra maestra de Stanley Kubrick que retrata el ascenso y la caída de Redmond Barry, un humilde ciudadano irlandés que dedica toda su vida por encajar y posicionarse en las altas esferas del poder británico. En aquel entonces, pude ser testigo de la película que no solo definiría mi relación con el cine de Kubrick, sino que se mantendría, en mi opinión y hasta el día de hoy, como el estandarte y mejor ejemplo en el cine de época.

Pero a fin de no encasillar y desmerecer todos los enormes e importantes atributos a resaltar en esta obra, Barry Lyndon también me mostró como desde el silencio, desde lo que se calla, desde las miradas, desde las gesticulaciones (y también desde la capacidad casi nula de poder expresarlas) y desde la simplicidad se puede decir mucho. Barry Lyndon también se presentó ante mi en una ascendente época de éxtasis creativo personal como nunca antes había vivido, en un momento donde las ideas fluían y se encadenaban como por arte de magia.

En ese fluir constante se presentó una obra que es impactante y compleja desde su sencillez: la historia de Redmond puede ser la de cualquiera. Ahí entendí que todos los seres humanos somos iguales, pero que la única diferencia que radica en cada uno de nosotros está en las decisiones que tomamos. ¿Cuáles fueron las del infame protagonista de esta obra?

Desde el inicio de la película el personaje es introducido como alguien sumamente amable, educado y respetuoso para con los demás. Hasta inocente, se podría agregar (en relación a la escena con su prima Nora en un juego de escondites algo controversial), pero que esconde emociones reprimidas que parecen estar al borde del colapso en cualquier momento. Su obsesión con Nora lo lleva a huir: tras dejar caído en un duelo al pretendiente de su prima, Barry ya no tiene la misma imagen ante los demás, ahora es una voraz máquina que todo lo que quiere lo consigue.

De ahí en más, nos encontraremos ante otra persona, nos cuestionaremos todas sus decisiones y seremos parte de su camino, uno en donde su ascenso saldrá victorioso, pero en donde como consecuencia vamos a presenciar su estrepitosa e inminente caída.

Uno de los tantos puntos magistrales tanto del personaje como de la obra en si, es el manejo de la sutileza como herramienta narrativa tanto de Barry Lyndon para seducir y manipular a toda aquella persona a la que pueda sacar provecho, pero también desde el punto de la vista de la película para convencernos de que todo lo que su personaje protagonista no debe ser cuestionado por ningún motivo e incluso haciéndonos creer que es lo correcto. Pero, ¿cómo se las ingenió Kubrick para meternos en la piel de un ser tan detestable y aún así sentir algo de empatía por él? El director es un maestro a la hora de hacernos sentir perturbación y a su vez placer por ver la falta de moral en sus personajes. El profesor Humbert de Lolita o el ultraviolento Alex DeLarge de La naranja Mecánica son algunos de los mejores ejemplos de persuasión.

Este recurso, el de lo sutil, lo callado y lo quieto, es incorporado magníficamente en conjunto con el costado estético de la obra, uno que tiene infinidad de detalles propias de la época. En Barry Lyndon mucho de lo que se ve y de lo que sucede en el fondo es clave para entender porqué la gente pensaba como pensaba, y porqué hacía lo que hacía: desde los aristócratas tirados en los sillones sin hacer nada, pensando en la nada y mirando hacia la nada, hasta las deplorables condiciones de los soldados durante las campañas militares, todo está puesto para que la experiencia sea verdaderamente como la de un documental dotado de una excelsa belleza audiovisual.

En el cine, dicen que los clásicos suelen ser aquellos que la mayoría de las personas no se atreven o deciden a mirar ya que al darse por sentado de su “calidad cinematográfica” se dejan a un costado, no oculto ni olvidado, pero si en ese pedestal parte del colectivo imaginario de todo cinéfilo que es postergado a veces con un eterno atraso. Atrévanse a mirar Barry Lyndon con suma paciencia y con aprecio por lo artesanal, dicho por un amante del cine a otro.


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