La honestidad del duelo en "El otro hijo" | Festival de Mar del Plata

Festival Internacional de Cine de Mar del Plata - Jueves 9 de noviembre

A veces toca sentarse en la sala de cine y recibir un golpe que te deja mudo. Aunque haya un aviso previo –de haber leído la sinopsis o escuchado al director presentar la película antes de que comience la función– el cine conserva ese poder de atravesarnos sin pedir permiso.

El otro hijo es el crudo retrato de un duelo. La muerte repentina de un adolescente deja un vacío en las vidas de su familia y sus amigos, una ausencia que todos buscan llenar a su manera. Se centra, más que nada, en el hermano menor, ese otro hijo de casi la misma edad que no logra llorar esa pérdida. Convencido de “seguir adelante” Federico mantiene una expresión seria en todo momento, mientras intenta acompañar a su madre desbordada de dolor y terminar el secundario con planes de irse a estudiar al exterior. Lo acompañan su grupo de amigos en donde la ausencia de Simón, su hermano, se vive a flor de piel.

¿Cómo se sigue después de esto? ¿Cómo se explica la muerte de un adolescente? ¿Qué hay que hacer para comenzar a sanar semejante herida? La película captura el impacto de la ausencia en las relaciones entre los diversos personajes: el hermano, los padres separados, la ex-novia y el grupo de amigos.

La madre prueba de todo y Federico es testigo de esos desesperados intentos que van desde una incómoda sesión con una médium hasta un arrebato de desesperación a la noche que despierta a toda la casa. La intensidad de su duelo genera un contraste marcado con el silencio de Federico, sedimentando de a poco una tensión entre los dos. Por otro lado, el padre se mantiene fuerte, brindándole palabras de apoyo a su familia aunque atravesado en todo momento por la pregunta de qué fue lo que realmente le pasó a su hijo.

Sin embargo, son los amigos de Simón y Federico los únicos que estuvieron presentes en la fatídica noche. El retrato del exceso adolescente es tan fiel como estético y las escenas de fiesta llenan la pantalla de una caótica energía. A pesar de haber vivido semejante trauma, vemos a estos jóvenes volver una y otra vez a la misma situación, algo que vuelve a la película profundamente honesta. Federico encuentra amparo principalmente en Laura, la novia de su hermano fallecido, con quien tenía una relación intensa e inestable. La búsqueda de sobreponerse al dolor se vive en el grupo como una mezcla de negación, contención y desborde, todas emociones contradictorias pero no por eso inválidas. La película hace un gran trabajo de no juzgar a ninguno de sus personajes.

Con la sala llena de personas totalmente conmocionadas, el director colombiano Juan Sebastián Quebrada se presentó para hablar con el público y responder preguntas. Se puso énfasis en la impecable dirección de actores, y el director reveló que el proceso de casting se extendió por más de un año y que en cada día de rodaje habían dos horas previstas anteriormente para ensayar con los actores, la mayoría no profesionales. Como suele pasar, también se preguntó acerca de la inspiración para esta historia y él nos contó que nació de su experiencia personal. Sin lugar a dudas, haber llegado tan precisamente a la verdad de una historia tan cruda es obra de una persona que la conoce bien.

Hacer una película tan personal se presenta como un desafío tan aterrador como necesario. La vergüenza de exponerse pesa tanto como la ansiedad de querer contarlo todo tal cual fue. Pero, por suerte existe la ficción. Por suerte podemos hacer el ejercicio de narrar nuestras historias hasta el cansancio, hasta que se despeguen de nosotros. Por suerte el arte nos permite exorcizar el dolor. El director habló de ese proceso, de cómo, luego de varias reescrituras, pudo ver al material como una película y enfocarse estrictamente en lo dramático: que funcionen los personajes y tenga un sentido la trama. Así, el ejercicio de ficcionar se volvió una herramienta de sanación para el director, y adicionalmente, una película brillante que tiene la capacidad de conmover y transformar al espectador.