Crítica a "Nosferatu" de Murneau

F.W. Murnau nos regala una joya del cine mudo con su obra maestra Nosferatu (1922). En un mundo donde el horror cinematográfico estaba en pañales, esta película se erige como un hito que aún hoy, casi un siglo después de su estreno, nos sigue envolviendo en un aura de inquietud y oscuridad.

La primera impresión al sumergirse en esta película es la profunda y constante sensación de inquietud que nos envuelve desde el primer fotograma. La atmósfera opresiva y siniestra, creada con la ayuda de una cinematografía magistral y la ausencia de diálogos, nos sumerge en un mundo donde lo desconocido se manifiesta en su forma más aterradora.

Los escenarios sombríos y los ángulos de cámara cuidadosamente seleccionados crean una sensación de pesadilla que no nos abandona durante toda la película.

El papel de Max Schreck como el conde Orlok es impactante y perturbador. Su maquillaje y caracterización son tan efectivos que es imposible no sentir una escalofriante repulsión cada vez que aparece en pantalla. El contraste entre su apariencia monstruosa y su carácter depredador resulta simplemente escalofriante.

Murnau logra tejer una historia de amor, miedo y obsesión de una manera que pocos directores han logrado igualar. La relación entre el conde y Ellen Hutter, interpretada de manera conmovedora por Greta Schröder, trasciende las palabras y se convierte en una lucha desesperada por la supervivencia.

La partitura musical original, compuesta por Hans Erdmann, añade una dimensión adicional a la película. La música intensifica las emociones y complementa a la perfección la tensión que se experimenta en la pantalla.

Para finalizar decimos que a pesar de ser una película muda, Nosferatu se comunica de manera efectiva a través de la expresión visual y la atmósfera que crea. Murnau utiliza el simbolismo y la metáfora de manera magistral para expresar el miedo a lo desconocido y la vulnerabilidad humana ante las fuerzas sobrenaturales.