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La Soledad en un Futuro (No Tan) Lejano: A Seis Años del Estreno de 'Blade Runner 2049'

Spoilers

POR JERÓNIMO CASCO

3 DE OCTUBRE, 11.40 PM | UTC-GMT -3

La Soledad en un Futuro (No Tan) Lejano: A Seis Años del Estreno de ‘Blade Runner 2049’

Si algo nos enseña el tiempo es que a veces le da la razón a lo que supo ser malentendido o malinterpretado. Seis años pasaron del estreno de una las películas que más se estuvo debatiendo y hablando la década pasada. Por varias décadas se habló sobre una secuela de Blade Runner. Y es que para ser honestos, tomar las riendas de crear una continuación del clásico de culto distópico como lo es la obra maestra de 1982 dirigida por Ridley Scott era un riesgo enorme, o mejor dicho, casi un acto suicida. Con tantos interrogantes y un proyecto que parecía no tener futuro, apareció el nombre de Denis Villeneuve en cuestión.

Desde el estreno de Prisoners en 2013, y con una visión muy enfocada y personal que mezclaba lo mejor del cine de autor con el mainstream, el director y guionista franco-canadiense nos trajo algunos de los títulos más variados e interesantes del siglo XXI: desdel terror existencial de ‘Enemy’, la crítica político/social en el crudo thriller que es ‘Sicario’, hasta el sci-fi intimista de ‘Arrival’.

Casi nada se sabía de la secuela en cuanto a lo que sería la trama y el casting, pero de a poco fueron surgiendo los nombres que serían parte de esta visión única: Roger Deakins nuevamente en la Dirección de Fotografía, Harrison Ford como Rick Deckard nuevamente, Hans Zimmer se reuniría por primera vez con Villeneuve para dirigir la Banda Sonora, y en el papel protagonista Ryan Gosling, un actor que parecía encajar perfecto con ese “look Blade Runner”.

La película fue una de las más divisorias, no solo de ese año, sino del cine contemporáneo: en números de taquilla, ‘Blade Runner 2049’ fue un completo desastre. Muchos la llamaron como ‘un fracaso de 150 (estimado) millones de dólares’. Superó el presupuesto que tuvo, pero no lo suficiente para que igualmente los medios la destrocen. Y esto fue debido a tres razones: la duración (2hs 44minutos), el ritmo lento (lento en términos de lo que demanda el público moderno) y la tolerancia de un público que no conectaba con la historia planteada en la primer película.

Pero por otro lado hubo un público que si conectó, que si toleró ese ritmo pausado que proponía Villeneuve y que se sintió abrumada por la asombrosa calidad técnica de la película.

Pero poco se habla del balance que logró Villeneuve en ‘Blade Runner 2049’.

Llamada por varios críticos como “la película art-house más cara de la historia”, este distópico thriller de ciencia ficción mezcla lo mejor de los temas planteados por Ridley Scott en la primer entrega, con la propia visión y perspectiva sobre la memoria y los recuerdos de Villeneuve.

Algo que parecía casi imposible de realizar, pero donde Villeneuve creó un mundo que se siente conectado de manera intrínseca a la iluminada, analógica y sucia Los Angeles de 2019, pero también imprime una visión sobre la relación constante que existe entre el hombre y la tecnología, algo que parece ser cada vez más desconectado para los humanos, y nos muestra a los replicantes como "más humanos que los humanos". Si bien este concepto se planteaba desde la primer película, es en Blade Runner 2049 donde se ve todo desde el ambiguo y confuso punto de vista de un replicante que encima es un “blade runner” (esto es algo que se le comunica a la audiencia en los primeros 10 minutos y es toda una revelación).

El personaje de K (Ryan Gosling) es el equivalente de Rick Deckard: solitario, frío, algo desesperanzado pero que en el fondo tiene algo de fe. Él, a pesar de su corta edad, cree que en el presente los detalles más insignificantes pueden cambiar el curso de la historia. O la historia que él cree que tuvo. Conlleva a través de la búsqueda de la verdad un viaje que él sólo quiere recorrer, ya que los humanos no creen en él (o solamente quieren tenerlo como herramienta).

Todos los elementos estéticos de ‘Blade Runner 2049’ están a merced del propósito que su protagonista tiene: la opacada y oscura ciudad de Los Angeles en 2049 sirven como una desesperanzada y arrolladora fuerza que bloquea todos los intentos de K por encontrar algo de luz, el desafortunado encuentro con Deckard en la desolada pero anaranjada Las Vegas (quizás ese tono sea como una especie de renacer para K ya que está cerca de la verdad aunque no la tenga entre sus manos), y el blanco absoluto de la nieve que cae en la entrada de las oficinas de la Dra. Ana Stelline, en los momentos finales del reencuentro que tiene un padre con su hija. Y acá es donde la verdad se hace palpable, por más enterrada u oculta que haya estado.

No culpo a Villeneuve por querer hacernos parte de este viaje: su narrativa también forma parte del viaje que tiene su protagonista, y tal como lo K vive, el director lo transmite en la pantalla: es un proceso de reflexión que como cualquier ser humano se hace, comienza a gestarse en él también.

Y es aquí donde comienza la paradoja: ¿acaso lo que nos hace humanos puede también destruir cualquier preconcepto que se tiene sobre nosotros? K efectivamente es un replicante (a diferencia de la duda que se plantea en la primer entrega donde no sabemos si Deckard lo es o no) pero aun así a través de sus silencios, sus miradas y sus acciones es que se desdibuja la línea que supuestamente nos separa de estos seres inyectados de memorias.


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