El género de la ciencia ficción es amplio. Se podría decir que nació hace siglos, con la mitología griega, o que surgió en el siglo XIX con obras literarias como Frankenstein (1818), de Mary Shelley, Cinco semanas en globo (1863), de Julio Verne o La máquina del tiempo (1895), de H. G. Welles. Es un género que pasó por múltiples etapas: de la ficción científica de Verne, hasta la más dura (liderada por Asimov y Clarke) o la New Wave (Ballard, Disch, Lafferty). Y esto se fue reflejando en el cine, con obras tan variadas como 2001: Una odisea en el espacio (1968), de tintes y preguntas científicas, o Solaris (1972), con una impronta más introspectiva y existencialista. Dentro de este abanico de distintos subgéneros se encuentra el cyberpunk.
La palabra fue utilizada por primera vez como el título de un relato de Bruce Bethke publicado en 1983, “Cyberpunk”, un cuento sobre un muchacho que se sumerge en el ciberespacio (cyberspace en su acepción original). Su terminología está compuesta por la unión de dos vocablos: “cyber”, que se refiere a la cibernética, una ciencia caracterizada por el control, la lógica y el orden; y “punk”, que se refiere a un movimiento musical y cultural de los setenta y ochenta caracterizado por la rebeldía ante las autoridades, una preferencia por la anarquía y una tendencia al caos. Se reúnen así dos componentes opuestos en una sola palabra, lo cual ya da un atisbo del tipo de mundo que propone.
Se dice que el subgénero nació a principios de los años ochenta. Sus dos máximos exponentes y fundadores son dos: la película Blade Runner (1982), dirigida por Ridley Scott y basada libremente en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), de Philip K. Dick y el libro Neuromante (1984), de William Gibson. Ambas comparten rasgos similares: una atmósfera noir de ambigüedad moral y oscuridad; un futuro decadente, contaminado e invadido por megacorporaciones; y una tecnología que llega a invadir la vida, hasta el punto de crear un ciberespacio.
De hecho, Gibson contó que mientras escribía Neuromante fue al cine a ver Blade Runner y se sintió frustrado de que alguien ya había hecho algo muy parecido a lo que él estaba imaginando. Más tarde cambió detalles para que no hubiera tantas semejanzas y el libro salió dos años después. Sin embargo, no es casualidad la similitud: tanto Scott como Gibson se estaban inspirando en viñetas de la mítica revista francesa Metal Hurlant, y en especial en Moebius y su cómic co-escrito con Dan O'Bannon, The Long Tomorrow (1975).
Sin embargo, un género nunca nace solo por influencias artísticas. El clima de la época es el caldo de cultivo para sus principales características. Y los ochenta fue una década en la que se estableció el modelo neoliberal, principalmente de la mano del presidente estadounidense Ronald Reagan y de la primera ministra inglesa Margaret Thatcher. Es un tipo de sistema en el cual prima el mercado por sobre el humano y en donde el Estado sólo interviene para beneficiar a las empresas. La sociedad es dejada a su libre albedrío, marginalizándola, mientras que las corporaciones se expanden sin límite alguno, ganando aún más poder que cualquier entidad gubernamental. Esto va en línea con una frase con la que se suele referir al cyberpunk: “high tech, low life” (Alta tecnología, baja vida). De esta forma, este tipo de sociedad produce protagonistas que viven al margen, con una ambigüedad moral inherente, y quienes deben utilizar sus habilidades tecnológicas para sobrevivir en un mundo decadente y violento.
El componente filosófico está integrado de forma orgánica en muchas de sus mejores historias. En Blade Runner está latente la cuestión de qué es ser humano y cómo se diferencia de un androide. En Akira (1988) se encuentra la interrogante de cómo podría llegar a evolucionar el humano. En Matrix (1999) se nos pregunta acerca de la realidad o la posible ilusión de nuestra existencia. En Blade Runner 2049 (2017) se cuestiona acerca de si puede surgir vida a partir de una relación entre un replicante y un ser humano. En Cyberpunk: Edgerunners (2022) se plantea hasta qué punto puede sobrevivir la humanidad de alguien en un cuerpo invadido por lo cibernético.
Por otro lado, el subgénero cuenta con una estética muy marcada y que ya a simple vista lo distingue de cualquier otro. La megalópolis, con sus descomunales edificaciones de cromo, sus carteles de neón, sus anchas autopistas y su bruma incipiente, es un protagonista clave y siempre presente. La oscuridad y la lluvia caen sobre rostros cubiertos por paraguas y gabanes. Hay una clara herencia de la literatura y del cine noir en este clima particular. Todo intenta reflejar aquel futuro decadente y alienante.
Los más grandes exponentes del cyberpunk -Blade Runner, Akira, Ghost in the Shell, Matrix- ya forman parte de la historia del cine, aunque se podría decir que hay cintas que no son puramente del género pero que reúnen algunas de sus características, como lo pueden ser Terminator (1984), Robocop (1987), Total Recall (1990), Dark City, (1998) o Minority Report (2002).
El cyberpunk es la exploración de la relación entre la humanidad y la tecnología; es el cuestionamiento por la misma naturaleza de la existencia; es la vida de marginales que intentan sobrevivir en un mundo deshumanizado y dominado por corporaciones, bajo colosales edificios de cromo e iluminados apenas por la vaga luz del neón.
Por Alex Dan Leibovich
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