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Blade Runner: los símbolos ocultos entre la neblina, el cromo y el neón

Spoilers

Una megalópolis que exhala llamas y niebla. Al fondo, enormes pirámides negras envueltas en luces. Una noche que lo cubre todo. Un ojo que parpadea y refleja el infierno edilicio, aquella masiva estructura que cubrió todo el planeta. Y luego, un acercamiento hacia el interior de la enorme construcción piramidal, entre música etérea y neón. Así comienza Blade Runner.

Plano inicial de la película

Hay ciertas películas que en su momento fueron un fracaso de taquilla, y más tarde fueron convertidas en joyas atemporales. ¿Estaban demasiado adelantadas a su momento? ¿Fueron demasiado abrumadoras para la audiencia? ¿O eran incompatibles con el sistema de carteleras y de las cadenas de las salas de cine? Fuera como fuera, eso es lo que ocurrió con la película dirigida por Ridley Scott.

De la hoja literaria al plano cinematográfico

Hubo un trayecto sinuoso hasta llegar a solidificar el proyecto. Había un libro cuyos derechos flotaban a través de los estudios: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick. Un libro que seguía la historia de un cazarrecompensas contratado para destruir a androides que habían escapado de su condición de esclavos. Todo ocurría en una tierra post-apocalíptica, víctima de un desastre nuclear que dejó casi sin ecosistema al mundo. De ahí la importancia de los animales, de ahí su altísimo valor y sus sustitutos cibernéticos.

Philip K. Dick, el escritor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Sin embargo, y en las profundidades de la trama principal, estaban sumergidos conceptos que lindaban con lo filosófico: qué es ser humano, cuál es la diferencia entre la vida artificial y la orgánica (si de verdad la hay en el contexto de la novela), hasta qué punto la humanidad se pierde en lo tecnológico. Y a la vez introducía conceptos precursores de lo que después sería el género del cyberpunk: la relación de las personas con lo cibernético, la invasión de lo artificial en lo humano, la existencia de una especie de ciberespacio paralelo a la realidad cotidiana.

Existía aquel libro y cierta persona vio un enorme potencial en adaptarlo: Hampton Fancher. Él inició la tarea de transmutar la obra literaria en forma de guion, de convertir las páginas de una novela en secuencias de una película. Hubo personas interesadas en la propuesta y con el tiempo se fue formando un equipo de filmación el cual albergó algunos de los más grandes talentos del cine: el director Ridley Scott, el director de fotografía Jordan Cronenweth, el músico y compositor Vangelis y un casting que luego de muchas opciones fallidas concluyó en Harrison Ford, Rutger Hauer, Sean Young, Edward James Olmos, Daryl Hannah y muchos más.

El director Ridley Scott y el actor Harrison Ford, quien encarna a Rick Deckard, en el set de la película.

En el transcurso del proyecto, aquel guion inicial fue cambiando. En cierto punto, Fancher fue despedido y David Peoples se unió al proyecto para concluirlo. El motivo: demasiadas escenas a cuarto cerrado; hacía falta más exterior, más acción y un poco menos de diálogo. Así, y con el aporte personal artístico de Scott, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? fue solo el puntapié para una adaptación muy libre. De esta forma, hasta el mismo título mutó. En su lugar, y para hacerlo más comercial y atractivo fue elegido “Blade Runner”, el nombre de una novela de William Burroughs que nada tenía que ver con el proyecto.

Pese a los cambios, la esencia seguía allí: un cazarrecompensas llamado Rick Deckard, interpretado por Ford, tenía asignada la tarea de buscar y destruir a replicantes rebeldes. Pero la adaptación potenció y hasta expandió el componente filosófico de la obra original, a la vez que sumó capas y capas del llamado “policial negro” o “noir”. Eso, junto a la exploración más profunda entre lo artificial y lo orgánico llegó al punto de crear un género en sí mismo, del cual Blade Runner es considerado el co-fundador.

Alta tecnología, poca vida

El cyberpunk explora la relación entre el humano y lo cibernético, la misma naturaleza de la existencia, la estética de la gran urbe de neblina, cromo y neón. La atmósfera decadente del “noir”, con sus luces y sombras y la moral dudosa de los personajes lo atraviesa todo, lo cual otorga el gran diferencial de este subgénero en contraste con tantos otros de la ciencia ficción.

Plano de la ciudad decadente entre neón y neblina.

Son dos los principales fundadores del subgénero y movimiento: Blade Runner y el libro Neuromante. Este fue escrito por William Gibson y hay una curiosa anécdota que vincula a las dos obras. Mientras la novela estaba en desarrollo, el escritor fue al cine a ver Blade Runner. Su reacción inmediata fue de pura frustración: alguien ya había hecho algo que él estaba imaginando y creando en ese momento. Así, más tarde, le hizo algunos cambios y la novela fue publicada en 1984, solo dos años después del estreno de la película.

Sin embargo, hubo antecedentes y directas inspiraciones para ambas obras: el cómic llamado The Long Tomorrow creado por el artista francés Moebius (El incal, Arzach), y el guionista estadounidense, Dan O´Bannon (Alien el Octavo pasajero, Total Recall). Otra importante influencia fueron los resabios de lo que iba a ser el inconcluso Dune de Jodorowsky, aparte de cierto olvidado libro de ciencia ficción llamado The Shockwave Rider.

Viñeta de The Long Tomorrow, de Moebius y Dan O´Bannon.

El rodaje de Blade Runner fue intenso y exigente, con un Ridley Scott casi dictatorial, hasta el punto que gran parte del equipo se rebeló contra el director usando remeras que decían "Sí, gobernador, mis cojones" ("Yes gov'nor my ass!"). Este, al menos en aquel momento, poseía una extrema autoexigencia y perfeccionismo, un cuidado por el detalle y por lo artístico. En colaboración con el diseñador industrial, Syd Mead, e inspirado de forma explícita en el dibujo de Moebius, creó la atmósfera y la estética con la cual Blade Runner sería inconfundible respecto de cualquier otra película.

El ojo

Hay ciertos elementos que funcionan como símbolos a lo largo de la obra. Se repiten y vuelven a repetir como patrones por debajo de la superficie, y estos son los que hacen a una obra que revela nuevas lecturas en cada visionado. Son capas sobre capas de aspectos que pueden ser interpretados de múltiples formas y que otorgan a la película de su carácter valioso y atemporal.

El ojo en la secuencia inicial de la película.

Uno de ellos es el ojo. En la secuencia inicial se intercala con los planos de la ciudad futurista e infernal que él reflejaba. ¿El ojo de quién? Luego, es parte esencial de la prueba que determina si una persona es o no replicante, al analizar la respuesta óptica ante determinados estímulos mediante el denominado test Voight-Kampff. Pero también se manifiesta en la visita que le realiza el replicante principal, Roy Batty, al mismísimo creador de los ojos de los replicantes, Chew, interpretado por James Hong. Más tarde, éste estruja los globos oculares de su creador, Tyrell. Y de alguna forma, todo confluye en aquel icónico diálogo final antes de morir.

El test Voight-Kampff.

Se podría interpretar que representa la subjetividad de cada persona, las vivencias particulares que hacen de cada uno un ser pensante, el cual puede vivir experiencias, puede tener memoria, puede tener consciencia y emociones. El ojo es el órgano a través del cual todo se ve. Lleva a cabo la función de uno de los cinco sentidos, y tal vez el más característico del cine: el visual. Y no por nada la frase final -improvisada de forma sublime por Rutger Hauer-, apunta a eso: “Yo he visto cosas que ustedes no creerían. Naves de ataque en llamas más allá del hombro de Orión. Miré rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Hora de morir”. Una frase no solo poética, acompañada por la etérea y emotiva melodía de Vangelis, sino profunda y sumamente simbólica: Roy Batty buscó una extensa vida pero murió como cualquier ser humano. Murió más humano que androide.

Opuestos entremezclados

Y esa es otra distinción respecto a su principal antagonista y en contraste con todos los demás personajes del film. Roy Batty es quien más demuestra humanidad. Más que Deckard, más que Sebastian, más que Tyrell, su propio creador. Y su aparente perfecto opuesto, el “Blade Runner” que va en su caza, es tal vez el menos humano.

El rostro apático de Rick Reckard.

Batty está en busca de la vida. Deckard está en busca de la muerte. Batty pasa por todo un amplio rango de emociones: euforia, ira, frustración y finalmente lágrimas, al momento de su muerte. Deckard tiene un rostro casi siempre monótono a lo largo de la película. No es que no demuestre nunca emociones, pero hasta cuando lo hace lo realiza de manera tosca y casi artificial, como en la escena de amor con Rachel. Batty lidera a un grupo de personas, a quienes motiva con una búsqueda interna y existencial. Deckard recibe desde arriba una tarea con el único propósito utilitario de obtener dinero.

Sin embargo, estas personalidades se entrecruzan y solapan a lo largo de la cinta. Hay una transformación la cual se termina manifestando en la secuencia de la muerte de Batty. Deckard podría haberlo asesinado mientras el replicante agonizaba. Y este no muere a causa de una herida infligida por el cazarrecompensas, sino provocado por el fin natural de su propia vida. Deckard lo contempla y escucha. Hasta que Batty muere y libera de sus manos lo que tal vez es un gran símbolo de la vida: una paloma blanca. Luego, la finalidad de Deckard cambia radicalmente. Ya no le interesa cumplir con la misión asignada, la obtención de dinero, el cumplimiento de lo utilitario. Solo quiere escapar con la persona con quien encontró el amor, sin importar si es humana o replicante: Rachel.

La humanidad de Roy Batty reflejada en su última e icónica escena.

Así, y siguiendo el paradigma del cyberpunk, lo artificial y lo orgánico se entremezclan de manera constante, hasta el punto de no poder distinguir uno de lo otro. Esto se ve representado más que nada en los personajes de Deckard y Roy Batty. Y llega hasta tal punto la ambigüedad y el existencialismo que late una incógnita: ¿es Deckard un replicante?

El mayor enigma

Hay múltiples pistas que se repiten a lo largo de la película y que tal vez podrían dar una respuesta. Un personaje con pocas apariciones pero clave en la trama es el interpretado por Edward James Olmos: Gaff. Y tiene una curiosa afición: realizar origamis. En varios momentos de la cinta se muestran: una gallina, un hombre y un unicornio. Cada origami podría dar lugar a múltiples interpretaciones. Sin embargo, tal vez el más importante sea el último presentado.

El unicornio de origami hecho por Gaff.

En una escena se muestra a Deckard durmiendo frente a su piano. Y en su sueño se manifiesta un unicornio cabalgando entre las nieblas de un bosque perdido. Más tarde, en la última escena del film, cuando Deckard y Rachel escapan del departamento y van hacia el ascensor, el Blade Runner ve un origami en el piso. Y es nada más ni nada menos que el de la figura mitológica. ¿Por qué justo aquel animal? ¿Gaff sabía acerca de los sueños recurrentes de Deckard? Tyrell implantaba recuerdos falsos en la memoria de los replicantes. ¿Por qué no implantar no sólo recuerdos, sino también sueños para poder alcanzar la máxima humanidad posible?

Es uno de los mayores enigmas del cine. Y de manera muy sabia ni su secuela, Blade Runner 2049, la respondió. Si Deckard es o no replicante forma parte del núcleo de la obra y es la perfecta sinécdoque de la pregunta acerca de qué es la humanidad y qué se necesita para ser humano. ¿Acaso un androide no puede ser igual de humano que un ser humano? ¿Acaso importa realmente?

Sueño de Rick Deckard del unicornio.

Blade Runner cuenta con muchísimas capas de significados. Flotan entre la neblina de la megalópolis que es un Los Ángeles decadente y masivo; circundan entre los carteles de neón cuyo resplandor ilumina los altísimos rascacielos; son reflejados en los ojos de personajes cuyas vivencias los hacen ser quiénes son, más allá de su origen o su biología; nacen y renacen con cada nuevo visionado de una obra que ya es atemporal.

Por Alex Dan Leibovich

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