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Había una vez... en Argentina.

Spoilers

Había una vez una persona que dijo algo, en algún lugar, en algún momento. Quizás dos, dos personas, dos cosas, en distintos lugares, diferentes momentos. Tal vez más, más adelante. En algún punto, tras algún tiempo, las voces se volvieron tantas y repitieron tanto, que formaron un ritual de invocación involuntario. En esta ocasión, la consecuencia fue un monstruo, la historia es de terror.

Entonces, se formaron bandos. Al lado derecho del tercer espejo en el quinto baño, le prendieron una vela al cuco y lo llamaron "Proceso". Del lado izquierdo, la llama se tambaleaba por cada sílaba de "Dictadura". Los discursos iban en crescendo, hasta que todos empezaron a escupir y resoplar, intentando apagar la luz ajena. Se hizo barullo. Se empañó el cristal.

Pasaron los años. Pasaron los adeptos. Rufino, el católico de Chacarita, y Graciela, la montonera de Recoleta, envejecieron contando la historia del monstruo a sus hijos, a sus nietos. Así llegamos a Vale y a Nico, que no saben mucho del tema porque no lo vivieron, pero como lo de ella son las tendencias y lo de él la mitología, cuando le cuentan la historia a sus amigos, él compara a los que mataron al monstruo con semidioses, y ella dice que el verde era lo top en esa época.

El monstruo de la historia muta, con sus múltiples nuevas caras se vuelve una leyenda inmortal, inolvidable e irreconocible. Y esta ambigüedad que favorece la naturaleza de lo desconocido, se extiende como una oscuridad donde las dimensiones confusas permiten que cada quien moldee los matices en la negrura con lo que más le asuste o fascine.

Finalmente, un montón de temerosos y fanáticos claman tener el mejor paño para limpiar el espejo, pero en su prisa llegan exhalando pesado sobre él, y solo logran decir algunas cosas objetivas antes de que su propio aliento sea lo que nuble nuevamente el cristal.
La historia no solo se repite, sino que además se devalúa.

Ese me parece el problema con "Argentina 1985" (Santiago Mitre, 2022), una película que me gustó mucho, pero pude entender que eso es precisamente porque su discurso apela a las corrientes de pensamiento que me interpelan y a las que soy afín. Un pensamiento presente en cada línea de diálogo reiterativo, como apología a una lucha constante y de carácter contemporáneo, que parece atentar contra ese

“Nunca más”

arrancado directamente de la historia y colocado en el punto más álgido del clímax durante el tercer acto, sobre todo con esa última línea que viene a ser algo como:

“Todavía queda mucho trabajo por hacer.”

El círculo se cierra fuera del filme, cuando el director dice que hay que pasarlo en todas las escuelas, lo que fuera del potencial pedagógico que podría tener como puntapié, me suena un poco a: "Miren, yo tengo el paño más limpio", entre el ruido que provoca clamar verdad y exigir memoria a través de una ficción.

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